sábado, mayo 23, 2015

Audrey



Dani, Yulia, la Chica Diploma y yo apuramos nuestras últimas horas juntos en la playa de Alicante mientras el Niño Bonito juega con la arena y las circunstancias. Hablamos del pasado, del peligro del pasado y la posibilidad de que no deje disfrutar del presente. Hablamos de bodas de ex novias y de cariños que no se solapan. No todo el mundo me entiende. Diría, de hecho, que nadie me entiende salvo la Chica Diploma que ya se ha acostumbrado a mis excentricidades.

Vivir en el pasado en realidad consistiría en no dar el pasado por vivido y olvidarlo sin más, condenándose, como quien dice, a repetirlo. Estar aquí, ahora, las sandalias en los pies y el mar a lo lejos, rodeado de turistas, Coca Cola a falta de Magnum-doble-de-chocolate, supone haber estado en muchos sitios antes y haberlos rechazado, sin dejar de aprender nunca.

Solo que el aprendizaje no es inmediato, claro. Lo inmediato es la rabia, la angustia, el placer, la euforia. El arrepentimiento. Decir "no me arrepiento de nada" tiene un punto exagerado, casi narcisista, pero arrepentirse de todo, así, a lo loco, tampoco. Aprender, razonar, comprender es algo que solo se consigue después de muchos años, unos cuatro en mi caso, a veces muchos más. Y mientras tanto ahí está la realidad del pasado luchando por no convertirse en narrativa, que es lo peor que le puede pasar a un pasado, y lo que queda es el coche atestado, una familia que se recorre de noche 400 kilómetros con una sola parada para celebrar la liga del Barcelona, la Copa de Europa del Madrid y la alegría del Niño Bonito cuando le ponen un cuscurro de pan delante de la cara.

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El pasado: la Chica de los Números en mi cama que no es mi cama dentro de mi casa que no es mi casa. Febrero de 2008. Un despertar como otro cualquiera lleno de besos algo forzados. Mi dedo dibujando su cuerpo sobre las sábanas y una insospechada sensación de comodidad. Vida de pareja que no es pareja. Todo, como ven, un continuo simulacro condenado a repetirse en el partido de vuelta.

La Chica de los Números con sus despertares alargados, como debe ser, iPod en la mano buscando canciones porque yo pongo el amor pero ella no puede poner tanto y al menos ofrece Los Piratas. Dice que la canción se llama "Nudos de cereza" pero no, no se llama así, se llama "Audrey" y es sensual y misteriosa desde el principio. Es la canción que ha elegido para decirme adiós y eso lo dice todo sobre su ambigüedad. Si yo me giro para verte, y el humo me intoxica... La Chica de los Números inundando mi buscador de Google de grupos indies y canciones salvajes. Los años en los que cambiábamos versos por dentelladas.

Fue un amor del montón, pero todo el montón era mío. O eso, al menos, prefirió pensar ella sin demasiado convencimiento.

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El pasado: una foto de A. como registro del móvil. Una foto en la que sale tumbada de lado en el suelo, mirando triste a la cámara. El encanto de la tristeza de A. La imagen que me viene a la mente es la clásica foto de Cartier-Bresson a Truman Capote, pero no, no hay desafío, solo rendición, solo un "ven y abrázame, haz algo pero hazlo pronto". Blow, blow me out, I am so sad, I don´t know why. Nunca pasó, por supuesto. Matilde Urbach. Eso sí, cuando llamaba, ahí estaba Iván Ferreiro, los primeros compases de la canción y la cara que no tenía nada que ver con la voz ni con la chica: fuerte, dura, poco abrazable en realidad sin que eso fuera necesariamente un defecto.

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Un día para las elecciones, que por supuesto seguiremos aquí dentro de lo que nuestras posibilidades y las del Niño Bonito nos permitan. La sensación de que algo puede cambiar y aquel verso de Loriga: "Arriba y abajo es mejor que la tristeza". No sé en qué momento el PP se instaló en la tristeza como arma electoral. No digo como ataque externo sino como asunción interna: somos tristes, somos serios, somos poco más que una caricatura. Hay quien piensa en maniobras complicadísimas y puede que las haya pero en realidad la elección de candidatos, ese empeño en Esperanza Aguirre, esa confianza ciega en Rita Barberá, no hacen en mi opinión sino señalar el convencimiento de que lo están haciendo todo bien, de que ese es el camino. "The right way", como decían los conservadores en la versión británica de "House of cards".

Hace diez años, poco después de que perdieran las elecciones de 2004, una militante de Nuevas Generaciones convertida hoy en diputada de la Asamblea de Madrid afirmaba que aquello no volvería a pasar, que en cuanto consiguieran el poder de nuevo ya no lo iban a perder. Era un comentario inocente porque en el fondo era una chica inocente y entrañable. Sin embargo, y volvemos al pasado, los errores han vuelto uno por uno con distintos nombres pero un denominador común: "Aquí no ha pasado nada". Solo que sí ha pasado. Cuando uno abre los ojos demasiado corre el peligro de marearse, pero mejor eso que una vida de ojos cerrados, una política de orejeras. Para bien o para mal, esa política ya no tiene sentido.

Quizá mañana haya que decir lo contrario, que esa política es la única que ha mantenido al partido a flote, pero lo dudo.