Decimoquintos en la tabla, empatados con los penúltimos, y por segundo año con la amenaza del descenso muy viva. No sólo eso: un juego deslabazado, irregular, frustrante... El Estudiantes parece llevar a la cancha una crisis interna brutal que se sigue prolongando durante años y que ha desembocado en una ampliación de capital que, a lo que se ve, nadie quiere sufragar.
En lo empresarial, el club es un desastre porque es un club que nunca se ha preocupado de las finanzas sino que las ha dejado en manos de otros: Caja Postal, Argentaria, Adecco, Bermúdez... De repente, en 2004, todo el mundo quiso saber qué pasaba con esas finanzas y quiso arreglar el problema por su cuenta. Se consiguió por acuerdo mayoritiario que Adecco -su dinero, su patrocinio y sus contactos- dejaran el club "en manos de los socios" y los socios, como suele pasar después de una revolución, se borraron. Ahí nadie quiso poner un duro hasta que llegó Bermúdez.
Bermúdez puso su dinero a cambio del control total de las decisiones deportivas, que fueron un desastre absoluto. Pero Bermúdez también se fue por dictador y llegó Tejedor, y resultó que Tejedor también tenía dinero y que sus decisiones no eran tan horrorosas, al menos en lo deportivo, pero se volvió a lo de "ladrón, traidor, poltronero...", a las amenazas personales, a los cánticos en los partidos... y Tejedor, con su equipo, sus contactos, su dinero, bla, bla, bla... se fue echando leches.
Ahora está de presidente García, que ya lo estuvo un par de meses en la movida de 2005. Es el cuarto, si no me equivoco, en otros tantos años. No hay dinero, ni previsiones. Se pide a los socios que compren acciones, pero, ay, los socios no están para gastos, amigos, es época de crisis. Hay que ahorrar.
Así que el Estu se desangra entre la necesidad de una cierta "autoridad" económica que se haga cargo del club y la rebelión tradicional que impide que este club sea gobernable. El rechazo a cualquier tipo de autoridad convertido casi en una caricatura.
Obviamente, eso tiene que repercutir en lo deportivo, pero reconozco que me extraña que haya sido de modo tan salvaje. Al menos este año, que no hay dinero, vale, pero se suponía que tras echar al malvado Tejedor había tranquilidad. Pues no. El equipo en verano tenía buena pinta, pero resulta que en diciembre va antepenúltimo y no sólo eso: hay dos jugadores que estaban y ya no están: Cummings y Clark, y dos jugadores que no estaban y que están: Brewer y Popovic.
Si este fin de semana debuta Corey Brewer, el Estudiantes habrá jugado en los últimos dos años y medio con un total de siete bases: Sergio Rodríguez, Gonzalo Martínez, Sergio Sánchez, Jayson Granger, Walker Russell Jr., Richard Nguema y el citado Brewer. Espeluznante, aunque sólo entre el año pasado y este ya han jugado 9 pivots: Larry Lewis, Florent Pietrus, Caio Torres, Dani Clark, Iker Iturbe, Tom Wideman, Martin Rancik, Petar Popovic y Oriol Junyent. Es más, creo que de los 16 jugadores citados, menos Clark, todos lo han hecho en algún momento de titular.
Los caos de ambos mundos se juntan en el caso del fichaje de Brewer. Primero, habría que plantearse qué hizo al director deportivo, Asensio, fijarse en Cummings, un jugador semi-retirado ya en el Maccabi con un sueldo más que generoso. Después, aun reconocido el fracaso, habría que reconsiderar si realmente tiene sentido pedirle a los socios que pongan dinero porque no hay mientras se despide a jugadores. Cummings es un desastre, de acuerdo, pero ¿Brewer? Hablamos de un hombre de 33 años, pésimo director de juego, que acaba de ser echado de un equipo letón por falta de rendimiento.
Las perspectivas son ilusionantes.
En fin, lo dicho: cuatro presidentes, siete bases, once pivots y cinco entrenadores después -contando las interinidades-, el Estudiantes está donde está y no parece que haya salida al túnel. Puede que encuentre dos rivales más flojos y se salve, aunque la derrota en casa ante el Bruesa de San Sebastián no apunta a ello. El equipo siempre tendrá entrega y rabia. La afición, también. Pero apuntarse al "Que no bajamos" cinco meses antes de acabar la temporada resulta descorazonador.