domingo, abril 12, 2020

Lectura fácil


A las 2,30 de la madrugada bajo las persianas de la habitación pero antes echo un vistazo al enorme patio interior. Casi todas las luces están encendidas. Una versión pandémica de "La ventana indiscreta", con sus balcones, sus cortinas descorridas, su intimidad en escaparate, casi como una invitación al extraño. ¿Habrá sido así siempre? No lo sé. Son las 2,30, insisto, y todos siguen despiertos, como si esperaran algo. Salones modernos con televisores de muchas pulgadas. Un insomnio en crecimiento exponencial.

En la parte de abajo hay una especie de terrazas de ladrillo donde a las ocho se juntan grupos de gente a aplaudir. Sospecho que no es la idea, pero bueno. No sé si fue ayer o fue el Viernes Santo, uno de los vecinos se arrancó con una saeta. No puse mucha atención pero sonaba bien. Mejor que "Resistiré", eso desde luego. Hace tiempo que a las nueve nadie sale con sus cacerolas, pero eso son rachas, pronto volverá la desesperación y el desencanto.

Desde mi patio interior no puedo increpar a nadie que se salte las normas pero sí puedo escuchar todo el día las sirenas. Sirenas que no sé si anuncian ambulancias o coches de policía; supongo que lo primero, porque cuesta imaginar una persecución por una calle completamente vacía. Un sonido lejano que se va acercando, se queda por toda la casa durante cinco segundos, y luego desaparece de nuevo. No exactamente como una alerta de bombardeo, pero supongo que parecido. Salvando las distancias, claro, que ahora mismo es lo suyo .

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En Teledeporte, echan la etapa de Hautacam de 1994, la de Leblanc, Induráin y Pantani. Sospecho que Televisión Española tiene algún problema con los derechos recientes porque no tiene ningún sentido no ver nada del Tour de Contador de 2007 ni el de Sastre de 2008 ni las luchas intestinas en el Astana de Bruyneel de 2009. Quizá simplemente están yendo por bloques y ya llegará el momento. No tengo ni idea.

Hautacam 1994, en cualquier caso. Santuario de Lourdes. Era julio y estábamos en casa de S. jugando a un rudimentario juego de fútbol para PC en el que los jugadores llevaban nombres falsos porque no tenían los derechos. Por ejemplo, Julen Guerrero era Guerro, sin más, y el comentarista lo pronunciaba con diéresis. Yo veía la tele, veía a toda aquella gente caer detrás de Induráin como si un imán les arrastrara a la base de la montaña y mi hermano y S. jugaban todo el rato distintas versiones del Brasil-Argentina. No recuerdo quién iba con quién pero sí recuerdo que los dos intentaban jugar bonito.

Tenia diecisiete años, ellos dieciocho. Si no me equivoco, durante esos días tenía que estar celebrándose el Mundial de fútbol y quizá ya habíamos vuelto de Portugal, aquellas noches de Barrio Alto, comas etílicos y pensiones de putas en el barrio de Intendente. Traté de escribir una novela sobre ello pero no me salió, claro. Tengo la tendencia a empezar en verano todo lo que escribo y así siempre hay margen para la decadencia. S. vivía en Hortaleza, casi Manoteras. En la misma casa que una chica que a mí me gustaba mucho. Años después, se mudó al lado del Malaspina y llegamos a ser muy buenos amigos, incluso fuimos a Albacete en su coche a ver el debut de Fernando Torres con el Atleti.

Luego, creo que se enfadó. No lo sé. Luego pasaron muchas cosas y es normal a esas edades. Yo no me enfadé, desde luego. Creo que le ha ido muy bien y ha estado en muchos medios y está ahora de jefazo en alguno de ellos. Era un buen tipo. Cuando estábamos en el Ramiro y jugábamos al baloncesto, los dos de lejos, sin arriesgar entre tanto atleticismo, con nuestro tiro de tres como único recurso, nos sonreíamos sudorosos y él me llamaba "compañero de estigma". Una definición preciosa que me apropié de inmediato.

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A veces, también leo. Cuatro semanas para, por fin, tener casi terminado "Lectura fácil", de Cristina Morales. Y eso, insisto, que me está gustando... pero no tengo la cabeza para nada que no sean números, que no sea inmediato y que no sea yo. Me tumbo en la cama con el libro y tengo dos opciones: poner el piloto automático y pasar páginas como bobo o prestarle la atención que se merece porque es un libro en el que en cada página hay algo. Algo que te agradará o te desagradará pero que casi siempre te pillará por sorpresa. Es muy complicado hacer un libro en principio tan normal y que en realidad sea tan denso. Uno de esos libros de los que es imposible hacer sinopsis porque lo que hay es debate.

Mientras, estiro las piernas hacia el pecho o las retuerzo una contra la otra o las dejo caer a un lado de la cama. Me ha dado un ataque de ciática tremendo en el lado izquierdo y está pasando al derecho, como si fuera la conjuntivitis de un niño pequeño. Eso es de tanto sentarme, eso es de tanta tensión y tan pocas posibilidades de liberarla. La semana pasada eran los vértigos y la ansiedad, hoy son los piramidales y los muslos. La Chica Diploma me dice que busque una crema relajante, pero no está por ningún lado. Esta es una casa hecha a su imagen y semejanza y a mí me cuesta una barbaridad descifrar los espejos.

Veo una entrevista con Contador y leo un foro en el que hablan del uso de la EPO en los años 90. En Teledeporte han pasado a la lucha canaria. Las luces del patio, ya digo, encendidas, como encendidas al fondo las del edificio Vodafone con su rojo lejano. El primer día me saqué un pequeño taburete para trabajar en la terraza. Ahí se ha quedado. Lo que antes era pereza poco a poco va dando paso a algo parecido al pudor. El pudor de estar solo, quizá, y no tener ninguna gana de compartirlo.