Llegando a Almería se ven unas montañas amenazantes y poco después el mar. Unas vacaciones complementarias. Yo, paleto madrileño absorto en la lectura del Marca y lleno de ansiolíticos para aguantar el viaje, no sé cuáles son esas montañas más que por referencias. ¿Despeñaperros? No parece. ¿Sierra Nevada? No, eso está en otro lado.
Aterrizo en Andalucía como si aterrizara en cualquier país extranjero. Soy un chico del Norte. Criado en Cantabria y formado en San Sebastián y Barcelona. Me dejé medio corazón en Galicia y aún no he vuelto a recuperarlo. Un día de estos, quizás. En el aeropuerto todo desmiente los tópicos: las maletas llegan al instante, el taxista no tiene acento y no me engaña en el camino, el NH es un cuatro estrellas formidable con vistas a unos edificios y un sol con intervalos nubosos.
Escribo, yo solo, tumbado en una cama para dos.
En el camino, he leído algunas noticias alarmantes. Cosas que pasan cuando uno coge "El Mundo". Luego las he olvidado porque estoy de vacaciones -aunque con cinco libros de texto y al menos tres CDs de inglés- y me he centrado en las desgracias del momento: un virus se extiende por Facebook, dicen. Alarmistas. Hay virus por todas partes y la supervivencia hace tiempo que se ha convertido en una cuestión de azar. En rigor, nunca ha dejado de serlo.
Tengo los tobillos hinchados -ligeramente- y un libro de Fresán en la mesilla de noche, aunque aún sean las doce y media. El metro estaba imposible esta mañana. Madrugar es malo. En la terminal había tres o cuatro chicos con carteles del Festival, esperando a alguien. Por un momento me dio envidia, luego sentí un enorme alivio de que no me esperaran a mí.
Ahora, a pelearme por la acreditación y espero que "pelearme" sea un eufemismo.
Pélicot, fin
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«Je le dis droit dans les yeux, je ne l’ai jamais touchée» declaró
Dominique Pélicot, provocando la cólera de su hija Caroline Darian, que le
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Hace 13 horas