Me molesta el peterpanismo. No sé explicarlo bien: por un lado lo entiendo e incluso supongo que participo de ello: no querer crecer. Sólo que yo soy un Peter Pan adolescente, como la gran mayoría de los de mi generación: nos quedamos en los 15, 16, 17 años... fútbol y chicas y mamá haciendo la comida.
En eso coincidimos con el Peter Pan original, que, como niño que no quería/podía crecer, tenía un miedo abismal al mundo de los adultos, de las responsabilidades, de la corrección victoriana, pero, al menos en mi caso hay algo que me echa atrás: no me gustan los niños, tengo un sentido del humor para sus monerías muy limitado, el personaje me parece ñoño y ni creo en estrellas ni en hadas ni en nada semejante.
"Kensington Gardens", de Rodrigo Fresán, es una mezcla de dos novelas. Por un lado, es una biografía más o menos ficcionada de J.M. Barrie, el creador del monstruo. Todo en esos capítulos es sublime. Fresán consigue contar la historia del dramaturgo escocés con tal entusiasmo que es imposible dejar de ponerse en su piel y ver toda una unión de pensamientos, sensibilidades, el reflejo de una época, de la rebelión en parte contra esa época -finales del XIX, principios del XX-.
La historia de Barrie es tremendamente interesante y no tiene desperdicio. Desde sus tiempos como periodista en Escocia a sus primeras noches bohemias en Londres: artículos, cuentos, novelas, obras de teatro... su crecimiento como escritor y como figura cultural en el Londres de Chesterton, de Bernard Shaw... hasta llegar al fatídico encuentro con los hermanos Llewelyn Davies en el parque de Kensington Gardens, fronterizo con Hyde Park, imposible de distinguir para el extranjero, lugar donde yo mismo me sentaba apoyado en un tronco y escribía mi diario para T. en verano de 1996, sin saber por supuesto que...
Los Llewelyn Davies y su agonía. El hecho de que sí, la gente crece, y sí, la gravedad existe, y el reguero de infortunios que acompañan a Barrie hasta su muerte, de modo que pareciera que todo lo que el famosísimo creador de fantasías tocara en la realidad se convirtiera en dolor y sufrimiento. Un hermoso contraste. Una hermosa narración.
Sin embargo, esa narración sirve como pretexto para llevar al lector hacia una especie de alter-ego de Barrie: un escritor de novelas infantiles, de gran éxito, con un personaje que recuerda más a Harry Potter que a Peter Pan, pero que vive en un mismo mundo de fantasías y miedos e incomprensión. Del Londres victoriano de 1900 pasamos al Londres de los Kinks de 1965, en pleno previo de la psicodelia y auge total del pop.
Por supuesto, a Fresán le encanta el pop. La cultura popular. "Mantra" está llena de referencias a iconos de los 60, 70, 80... Es un hombre retro. Aquí hace lo propio, pero no sé hasta qué punto está justificado. Podría no haberlo hecho y no habría pasado nada. La historia del creador de Jim Yang y su cronocicleta es poco interesante. Menos interesante, al menos, que la de Barrie. La diferencia se hace demasiado palpable.
Esa historia paralela de Peter Hook y Keiko Kai, un niño condenado a no crecer jamás, rompe el ritmo demasiadas veces en su empeño por intercalarse en la novela. La historia de los padres de Hook es aún menos interesante y demasiado repetitiva.
¿Merece la pena leer el libro? Miren, no creo que vivamos tiempos de mediocridad, eso sería injusto. Pero es cierto que vivimos tiempos en los que la mediocridad acecha. Por todas partes. Leer a Fresán, en ese contexto, es una bendición. Un escritor mayúsculo. Cualquier lector disfrutará de "Kensington Gardens" si es capaz de llevar bien las intercalaciones. Si no, se limitará a apreciar una obra maestra de estilo. Si además, todo el rollo del Neverland sesentero le interesa, será su libro de cabecera durante años.
Juzguen ustedes.