Dani y yo nos miramos con cara de treintañeros rayados en fin de semana decadente. Estamos en L´Astrolabi, después del concierto de Miguel Ángel Bueno. Desanimados. Cansados. Muertos, de hecho. Miguel Ángel viene y nos habla de sus proyectos y de los puntos de contacto con los nuestros. Charlamos un buen rato y es el mejor rato de la noche.
Todo lo demás podría haber ido mejor, pero ¿por qué pensar en todo lo demás?
Tengo en el bolsillo tres CDs que podría haber comprado en Madrid durante meses: "Fuerzas de flaqueza", "Castigado en el cielo" y "Orgasmos modernos". Soy de los que tiene que irse lejos para apreciar las cosas. Un hombre de distancias.
Mini es totalmente adorable y ofrece el bar para la presentación de mi libro en primavera. Habrá libro mío en primavera, se lo he dicho a ustedes, ¿no? Pues lo habrá. Por lo civil o por lo criminal, como suelen ser estas cosas.
En el camino de ida me he perdido. Ha sido lamentable. Todo me recordaba a un verano olímpico pero no sabía ubicarme. ¿Tanto tiempo ha pasado? Callejeo por la calle Mozart y la calle Jesús y de repente todo cambia de nombre y la gente no sabe decirme. La vuelta es más fácil: hacia arriba y a la izquierda, esquivando grupos de borrachos en posibles cenas de empresa muy retrasadas.
He convertido mis noches en eso: en una finta a trabajadores ebrios.
Paso por un McDonald´s y compro unos McNuggets de pollo. Es una hora impropia y tengo hambre. No he cenado, como buen anoréxico. El recepcionista del hotel es el mismo que el año pasado. El año pasado. El año pasado. Mañana me voy y no sé si me apetece. Pienso en el paseo de la mañana y eso me consuela de todo. Pasear por Barcelona es una delicia. Lo mejor que se puede hacer, probablemente.
Lo mejor.