Llueve en Alicante. Una lluvia necesaria después del día más
caluroso de toda la semana, con la bruma tapando el mar desde primera hora y la nuca
empeñada en sudar sin control. Aprovecho la tarde para ver el Tour de Francia y
cuando acaba el Tour, me pongo “70 Bin Ladens” en Filmin. Me muero de miedo de
que no sea una buena película –conozco al director, conozco a los actores…-
pero es una buena película,
especialmente la primera hora: está muy bien interpretada y mantiene la tensión
sin problemas.
Podríamos hablar de un exceso de giros, quizá, lo que lleva
a la película de ser un buen exponente de las películas de robos con rehenes de
los años setenta a una vuelta de tuerca de “Sospechosos habituales” ni más ni
menos, pero mejor hablar de otras cosas. Mejor hablar de la magnífica Nathalie
Poza y la enigmática Emma Suárez, que creo que nos descoloca a todos desde el
primer momento. Hablar también de la naturalidad pasmosa de Bárbara Goenaga –Arcadi
Espada le pedía a una buena actriz que entrara por la puerta, dijera “hola” y
todo el mundo se la creyera- y el aplomo de Dani Pérez Prada, al que no le
sobra ni le falta un ademán.
Sobre la relativa falta de éxito comercial del filme mejor no decir nada. Ya me
pasó con el debut de Koldo Serra, aquel “Bosque de sombras” que a mí me encantó
y la prensa vapuleó en San Sebastián para luego toparse con un nuevo vapuleo en
forma de distribuidora. “70 Bin Ladens” no es una película perfecta pero es una
película distinta y bien hecha y que solo por eso habría merecido más cariño.
Solo que el cariño en el cine, en el arte en general, no existe, eso ya lo
sabemos. Y, a menudo, incluso a mí me lo echan en cara.
*
El resto de la actividad cultural se divide entre el final
de “Stranger things 3” y el final de “Sábado, domingo”. No voy a extenderme
demasiado y disculpen el spoiler, pero a la serie le falta que en cualquier
momento aparezca Lepidóptero y le mande a alguien un akuma para demonizarlo.
Algún crítico escribió en alguna parte que era “el anuncio más largo de la historia”
y creo que sé a lo que se refiere. Los niños no son niños, son adolescentes
con todas las letras y a menudo parece que los guionistas se rieran de sí
mismos. "¿A que no hay huevos de seguir estirando el chicle?" Lo peor, con todo,
no es que hayan convertido una de las mejores series de los últimos años en una
precuela de “Ladybug”. Lo peor, con diferencia, es que el final (OJO: SPOILER DE NUEVO)
apunta a que habrá una cuarta temporada.
En cuanto a Ray Loriga… en fin, el esfuerzo. Incluso en las
peores novelas de Ray, incluso en esos ensayos sobre literatura en las que
incluía seis citas de seis autores diferentes por página, se notaba el esfuerzo
por crear algo, por transmitir algo. En “Sábado, domingo” no hay esfuerzo
alguno. Protagonista plano –todo lo contrario, insisto, al Elder Bastidas
original- que ejerce de narrador desganado y un montón de personajes que no
merecerían más de una línea en sus mejores obras. Eso sí, cariño, todo el del
mundo, no sé ni por qué edición van ya. Por no funcionar, no funcionan ni los
diálogos, y eso en Ray es decir mucho.
*
Me escribe un lector por Twitter lamentándose de que no me
haya gustado demasiado Alicante. Es un enorme malentendido: a mí, Alicante me
gusta siempre, desde que vine por primera vez con la Chica Diploma en 2013, con
mi padre recién fallecido y una boda por organizar. De hecho, estos días me lo
he pasado de miedo, aunque la ciudad solo haya servido de testigo silencioso de lo
que venía a hacer, que al final ha resultado ser bastante: principio de
estructura de una novela que debe terminarse en Fuerteventura, seis posts como
seis soles y una cierta organización necesaria de relatos y obras pretéritas.
Además de, quedó dicho, adelantar lecturas y visionados.
Cae la última noche y estoy satisfecho. Si
además tuviera algo de talento, habría escrito un par de poemas y alguna
canción, pero lo mío no es el talento, es el esfuerzo. Yo no soy Ray Loriga, en
definitiva; ni siquiera, Koldo Serra. Tan satisfecho estoy que me voy a tomar
otra copa –la segunda- con Dani en el mismo hotel al que llamo “casa” por error
siempre que me lo encuentro. Ayer intentamos ver “Yesterday” en versión
original pero fracasamos. Hubiera sido un buen colofón a un día marcado por el “All things must pass” de George Harrison. A cambio, paseamos por el puerto: los barcos de lujo desafiando a la noche.
Tan satisfecho se siente mi cuerpo que ha decidido dejar de
doler durante unos días. A cambio, tiene miedo. Miedo de la segunda temporada,
las otras dos semanas de este fin de semana perdido. Las del avión y el
apartamento y las dunas y lo improbable. En mi proyecto de novela, los niños
juegan a la ruleta, apuestan y desaparecen misteriosamente. Tal es el misterio que ni yo tengo idea de por qué lo hacen. Puede que se aburran, sin más.
Puede, como dirá Clara, que vayan a morir a algún lado que solo ellos conocen. Pero, ¿por qué suicidarse en un
paraíso? Tal vez la novela trate precisamente sobre eso.