lunes, julio 01, 2019

The Lost Weekend I. Ganar es de Horteras



La señora de al lado me pide el Marca y se pone a leer en voz baja. Es un vagón sin términos medios: ancianos y niños que gritan en distintos idiomas. El tren a Alicante un uno de julio por la mañana es en realidad el tren a Benidorm, promesa de semanas en el Hotel Bali –el año pasado estuvo en otro, muy alto, pero no le gustó-. Cuando voy a la cafetería y tiene que levantarse, observo que lleva un escudo del Atlético de Madrid cubriendo la parte de atrás del teléfono móvil; un teléfono móvil que, cuando suena, lo hace con cierta precaución, con sosiego, no como el de la pareja de atrás, que van con “Mi gran noche” a todo trapo.

Intento dormir, intento leer e intento escuchar música pero no consigo centrarme lo suficiente en ninguna de las tres cosas. El ocio es lo que tiene, que a veces abruma. Lo único que me calma es leerme a mí mismo, que es algo así como hacerse una autopsia, y me maravilla lo divertido, lo optimista que es “Ganar es de horteras”, con ese punto tan socarrón, tan Manuel Jabois, que tan bien me sentaba antes de empeñarme en ir de Íiyoo por la vida.

Para cuando quiero acabar el segundo capítulo, ya hemos llegado a la estación y, muy seria, la señora se despide con un “tenga un buen día, señor” que desarma a cualquiera. Ser un señor a los ojos de un niño, de un adolescente, es una cosa. Ser un señor a los ojos de una señora es algo muy distinto.

*

¿Qué ando buscando? ¿Qué quiero exactamente? Esa es una buena pregunta y más o menos es la que me hace Gonzalo Vázquez en un bar-restaurante de la calle Ortega y Gasset mientras un tipo vocifera en la barra a favor o en contra de Díaz Ayuso, no me acaba de quedar muy claro. La verdad es que no lo sé. Dejar de quejarme, para empezar. Dejar de pelearme y hacerme el ofendido, algo que vengo haciendo desde (por lo menos) la adolescencia.

Pensar en los objetivos vitales y comprender que la mayoría se han cumplido y que eso es bueno; que eso, de hecho, es fabuloso: no soy el gilipollas que era con dieciocho años, aunque solo sea porque ahora cuando soy gilipollas me doy cuenta. Publiqué en muchas revistas. Admiré a Bret Easton Ellis y acabé en el Villamagna con Bret Easton Ellis hablando de la belleza y el poder. Admiré a Ray Loriga y acabamos firmando juntos en la Feria del Libro. Admiré a Arcadi Espada y acabé en su blog y en su  periódico.

Encontré la canción y me casé con la musa. Tenemos un hijo maravilloso de cinco años, que no solo es más listo que el hambre sino que sobre todo es bueno. Yo soñaba con tener un hijo que fuera bueno, que distinguiera aunque fuera someramente entre lo que se puede y lo que no se puede hacer. Que llevara conmigo el fuego si hiciera falta. Alguien que respete a los demás y pida ser respetado. Tengo todo lo que uno puede pedir razonablemente, incluyendo una paga extra de junio que quita el hipo. Tengo dolor pero no tengo enfermedades. En rigor, no me puedo quejar de nada: lo hice todo y todo a mi manera, incluso tengo años por delante para pulir muchos detalles.

Así que volvemos a la primera pregunta, ¿qué ando buscando en estas tres semanas de hoteles y apartamentos junto al mar? y la respuesta solo puede ser la misma: no lo sé. Ideas, quizá. Distancia, sobre todo. No ya distancia sobre los demás sino sobre mí mismo, sobre esa concepción de mí mismo como ser incompleto y agraviado. Tiempo. Tiempo y espacio y todas las combinaciones que surjan a raíz de eso. Noches largas y aires acondicionados.

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Dani dice que me ve mejor que el año pasado. En realidad, acabo descubriendo, lo que quiere decir es que me ve más gordo. Cuando le cuento mis penas, él me cuenta otras peores. Los dos tenemos cuarenta y dos años y una crisis encima que quita el hipo. Lo bueno es que ninguno se esfuerza lo más mínimo en ocultarlo. A nuestro lado, cae una tarde pesada y húmeda. Tarde de jaqueca y descompresión. Tarde de siesta y cafés junto al mar. Al otro lado, como siempre, una ciudad que siempre olvido. No puede ser Benidorm porque no se ven grandes torres, así que será otra cosa. No lo pregunto de pura vergüenza: incluso Dani se tiene que cansar de determinadas respuestas.