martes, julio 02, 2019

The Lost Weekend II. Hotel dulce hotel



Si para algunos un hotel es un hogar, para mí es directamente una ciudad donde quedarme a vivir sin que nada me falte y nada tenga que buscar entre dioses y bárbaros. Este convencimiento no impide culpabilidades: por qué pagar para ir a Alicante si en realidad no vas a salir de tu hotel de Alicante. En rigor, te valdría con Guadalajara. Tal vez por eso, después de desayunar, decido dar un paseo. Algo rutinario. Bajo al puerto deportivo y paseo hasta la playa y me tomo un café en una terraza mientras unos italianos hacen unos juegos extraños en la arena.

Me pierdo por lo que la Chica Diploma llama “nuestro hotel”, el Spa Porta Maris, y deambulo por antros que parecen sacados de Magaluf, haciéndole fotos a todo lo que se mueva para reforzar mi nueva condición de influencer. Hago tiempo en un banco para no poder acusarme a mí mismo de vago, para poder decir: saliste, viste el mar, admiraste los barcos que nunca serán tuyos, le preguntaste a un turista si el libro de Peter Hook merecía la pena… cuando en realidad lo que añoras es tu habitación, la misma en la que anoche te peleaste con un mosquito hasta las dos de la mañana. El mosquito inmortal.

La misma en la que cambias de libro y buscas series y pones Wimbledon y repasas correos de 2001, de 2002, de 2003… y abres archivos de Microsoft Works con cierta torpeza y te pierdes en la serie para Internet que tú mismo escribiste: “28004”, capítulo uno, “el José Alfredo” y te das cuenta de que sí, has conseguido reservarte todas las horas, pero aun así te falta tiempo.

*

En la habitación de al lado suena Telecinco como una plaga de langostas que no deja jamás de perseguirme. Jero ha ganado a Orestes. Cuando la gente me pregunta qué tal la tripa les digo que no muy bien, que me duele, pero que si fuera algo grave ya estaría muerto. Es verdad, o estaría muerto o agonizando y no parece que se esté dando ninguna de las dos cosas. Me tumbo en la cama y duermo. Acabo libros, me pongo a escribir letras de canciones pero a los cinco minutos me da un ataque de ansiedad porque no tengo nada que contar, porque uno no puede rimar que escucha de fondo Telecinco y duerme una siesta y ya está, ya lo tienes.

Mientras, sigo leyendo antiguos proyectos. Algunos son tan malos que no me gustan ni desde la distancia. No merecen ni un ápice de condescendencia, de "bueno, si en el fondo no escribía tan mal". Hay sensaciones que no podré recuperar jamás y las nuevas no terminan de aparecer del todo. No me habría importado salir de noche a pasear por la ciudad pero Dani está liado y yo solo no lo veo. Me quedaré de nuevo aquí, cenando un desayuno. Hay que aprender a estar de vacaciones, que dice con razón mi madre.

Esta tarde me he puesto un rato a Lily Allen, mientras tomaba un nuevo descafeinado con Atticus Finch en la mano. Me ha parecido prodigiosa, como siempre, incluyendo ese "Knock´em out" en el que más o menos viene a rimar eventos inconexos de una noche cualquiera y consigue que sea la hostia. Todo sin ataques de ansiedad ni de miseria. No he venido a vivir aventuras, ni siquiera sabría reconocer una aunque me la presentaran en mis mismas narices. ¿A qué he venido entonces? Sigo sin saberlo.