El momento cómico del día llega cuando miro mis apuntes para el capítulo octavo de la novela y empiezan por un "meter anécdota de algo" para la primera escena. Cojonudo. Ese soy yo cuando me veo inspirado. Una anécdota de algo. A bote pronto. De la nada. Y lo curioso es que voy y me pongo y escribo tres, cuatro, cinco páginas hasta llegar a las noventa que van ya en apenas diez días, más los diecinueve posts con este más tres o cuatro poemas más la corrección de un libro más una canción. Sé que no es la primera vez que lo digo, pero obviamente es porque necesito decirlo, necesito escribírmelo y que no se me olvide.
Con todo, creo que este fin de semana perdido no ha hecho sino reforzar mi condición de "escribidor". Dominic Thiem perdiendo una nueva final de Roland Garros. Como escritor, más bien poco. Como narrador, como creador, prácticamente nada. Bolaño critica a los que escriben para la inmortalidad y creen que lo van a conseguir. Lo mío es mucho peor: escribo para llegar al 22 de julio y a estas alturas no creo ni que me publiquen una novela en vida. Y mira que esta es la tercera.
No importa. Hay que escribir mejor, supongo. El problema ya no es ajeno, es propio. Estas tres semanas me han servido para ser aún más consciente de mis carencias. Quizá si a estas tres le siguieran otras tres y luego otras tres... pero ahí ya estamos como el jugador que le pide al Real Madrid partidos que solo puede tener en el Betis. Mi ausencia de talento, de originalidad, de ingenio, es escandalosa y nadie me va a convencer de lo contrario. Queda el hígado. Tirar hacia adelante con el hígado y "meter anécdota de algo" para rellenar páginas. El escribidor. Poco más, ya lo siento.
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Ayer amenazó tormenta. La primera vez en serio en estas dos semanas. Amenazó tormenta y aun así yo me fui a mi bar con piscina... solo que cambié las chanclas por zapatillas. Seguía el camarero italiano pero había pocos turistas. A mí la lluvia me encanta, como me encanta este cielo gris, triste, un cielo que separa héroes y villanos. Los que se quedan en casa y los que salimos pese a todo. I´m only happy when it rains, I´m only happy when it´s complicated. No solo me tomé mi café sino que fui al pueblo en busca de bronca, es decir, de cena.
El bar del chileno es por las tardes el bar de un chico al que no le entiendo cuando habla. Un chico muy simpático, por otro lado, nada que reprocharle. Se da un aire a Peter Sellers en "El guateque". Pido una hamburguesa con patatas y me sirven una maravilla. Las nubes siguen ahí pero no rompen, igual solo querían echar un vistazo. Ver que todo está en orden. La terraza se llena de gente y la noche cae muy deprisa, algo de lo que no me había dado cuenta hasta ahora: lo que dura el atardecer y lo rápido que anochece.
Paseo por la calle principal, la calle Magaluf sin balcones. Los bares están abarrotados y de uno de ellos sale el sonido de una chica haciendo una versión preciosa del "Dakota" de Stereophonics. You made me feel like the one, made me feel like the one. The one. Mejor eso que todo el chill out y la bossanova y el fingir que se es algo que no es. Me quedaría y grabaría un vídeo pero tengo obligaciones. Capítulo séptimo, segunda parte. "Meter anécdota de algo". Que lo mismo podría esperar diez minutos más, pero no, yo no soy de esos. El escribidor vuelve a casa y nada más llegar oye el sonido de bombas a lo lejos que resultan ser fuegos artificiales. Alguien celebra una fiesta a lo grande. El 18 de julio. En Canarias.
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"Vota Juan" me dura tres capítulos, a diferencia de "Vergüenza", que me duró uno. No es mi tipo de humor, supongo. Creo que tenemos un problema si vendemos todo como una obra maestra, incluso si vendemos todo lo que hacen nuestros amigos como una obra maestra. Entiendo los miedos, ojo. Yo dije hace unos meses que una película no me había gustado y un amigo de hace años enseñó los dientes. Nadie quiere verse en situaciones incómodas.
Pero supongo que hay que hacerlo. "Vota Juan" es una mezcla de personajes estereotipados y chistes fáciles que provocan que incluso Javier Cámara quede mal. No lo consiguen con María Pujalte, eso sí. El guion me recuerda a esos que escribía yo para mis cortometrajes y que no pasaban una segunda lectura. Quizá al audiovisual también le haga falta un Bolaño, alguien que ponga los puntos sobre las íes. O quizá baste con ser consciente de que no se puede acertar siempre y no pasa nada. No todas mis clases son maravillosas, muchas de ellas son infumables.
Eso no quiere decir que sea mal profesor.