Cantabria nos despide con dos días de lluvia sin concesiones. Como si quisiera insinuarnos algo. Justo al tercero, en el que nos vamos de verdad, decide abrir con un sol maravilloso que entiendo que aún durará. Son días, por tanto, tranquilos, sin Rayos Verdes ni Pájaros Amarillos. Días sin baloncesto ni fútbol. Días más bien aburridos, vaya, de los que vuelven loca a la Chica Diploma. En un respiro del sábado, conseguimos bajar al pueblo con mi hermano, su mujer y sus hijos. Un respiro de parque, caballitos y manzanilla en un bar de jubilados.
El Niño Bonito revive en las treguas. Los tres primos se suben en lugares imposibles, sobre todo para la mayor, que tiene siete años ya. De vez en cuando viene alguien y le da un dinero "para que te compres lo que quieras". No saben lo que hacen; mi hijo tiene gustos extrañísimos. Dentro de poco serán cuatro y a ver cómo encaja la cosa. Me pregunto hasta qué punto no somos unos ludópatas, todos, hasta qué punto la vida no tiene un punto de jugador de casino que necesita barajar las cartas y repartir otra vez, sea porque hasta ahora todo ha ido bien o porque hasta ahora todo ha ido mal y es momento de recuperar las pérdidas.
Aquí estamos, barajando y esperando la carta y confiando en que no sume más de veintiuno. La Chica Diploma, con su media tripita ya, cuatro meses y medio, mitad de trayecto prácticamente. El Niño Bonito con sus dudas, sus enfados, sus reivindicaciones. Un rey que se resiste a abdicar. Yo les miro a todos y me quejo porque yo me quejo siempre: noches sin dormir por dolor de tripa, décimas de fiebre en escenarios insospechados. La vida, de nuevo, y lo que ello implica.
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Eduard manda un mensaje: ha leído los cuatro primeros capítulos de "El chico que soñaba con ser Gianni Bugno" y le han encantado. Contesto: "No sabes lo que me alegra oír eso" pero es una respuesta incorrecta. La más justa habría sido: "No sabes lo que me
alivia oír eso". He trabajado meses solo en esos primeros cuatro capítulos: tono, extensión y contenido. Solo queda que le gusten los demás y que todo salga a término. Hijos y libros, aquí sólo faltan árboles para convertirme en un topicazo andante.
Por lo demás, creo que es un buen libro pero también creo que me van a caer palos por todos lados porque mezclar vida personal con contexto social con deporte suele generar más detractores que otra cosa. Con razón pero es mi estilo, qué le vamos a hacer. He tenido dos años y pico para escribirlo y reescribirlo y si por mí fuera me tiraría otros dos corrigiendo detalles, añadiendo anécdotas, eliminando frases innecesarias. Una cosa que no dije cuando aseguré que era un escritor sin talento es que poco a poco voy convirtiéndome en un escritor con criterio, que es un gran avance. Con criterio y sin miedo a borrar.
Escribir es básicamente saber lo que sobra. Entre otras muchas cosas, por supuesto, pero por encima de todas ellas.
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Castilla. Ni siquiera Madrid, Castilla. Comida familiar, voces que llegan del patio mientras atardece. Juegos de cartas y gin tonics. Una tierra que no aspira a que nadie venga y diga: "Esto es un paraíso". Una tierra consciente de sí misma y orgullosa, a veces hasta el exceso. El color pardo invadiéndolo todo, la llanura yerma, una especie de "waste land" a la española. Alguien gana y alguien pierde, la fiesta siga. Mi última neura: unos calambres en los antemuslos, una especie de abotargamiento en la cabeza. Me gusta contar lo que me pasa no vaya a ser que un día salte la noticia "Guille Ortiz ha muerto" y nadie pueda decir: "Sí, lo adelantó ayer en su blog". La letra "v" no funciona y tengo que cambiarla por la "v" en el borrador. Es posible que alguna se haya quedado en el texto definitivo pero hemos venido aquí a jugar y eso estamos haciendo.