martes, julio 30, 2019

Tender



Como no tenemos aire acondicionado, vamos al cine. Somos una familia económicamente desconcertante. No es de los peores días de julio en Madrid pero aun así a las cuatro hace un calor pegajoso, aliviado tan solo -ay, los recuerdos- por un pequeño atisbo de lo que en la costa se llamaría brisa. Hay en nuestro paseo por el barrio de Prosperidad algo del padre y el niño de "Graceland", la canción de Paul Simon, pero a nosotros no nos rodean peregrinos de ninguna clase y no tenemos intención alguna de hacer historia: tan solo queremos ver una película y de camino, quizá, pillar un Magnum de chocolate, que es de lo mejor para el dolor de tripa, ya se sabe.

Al Niño Bonito no le gusta especialmente el cine pero le encantan las palomitas y básicamente ese es el anzuelo que le lleva a caminar durante veinte minutos bajo un sol irritante. Cuando llegamos, me pregunta: "¿Es una peli de verdad o una peli con señores?" En realidad, no es ninguna de las dos cosas. Señores no salen. De dibujos tampoco es. "Realidad modificada por efectos de ordenador" me parece una respuesta demasiado compleja. "De señores", respondo, a la espera de que aparezca alguno por casualidad... pero no, son solo animales y en cuanto se da cuenta el niño se queja, pero sigue comiendo y se le pasa.

Una particularidad reciente es que le ha dado por hablar en el cine. Antes, se metía en la sala y guardaba una actitud reverencial, como si estuviera un poco amedrentado por el ambiente. Ahora, no. Ahora el mundo es poco a poco su casa y eso incluye la sala seis de los cines Morasol, así que de vez en cuando comenta como esos jubilados que van a ver películas de ciencia ficción o de asesinatos. Al salir -la película le ha gustado, aunque se ha pasado la última media hora mirando atentamente su chupachups-, decidimos coger el camino a la sombra porque aún hace un calor de escándalo y pasamos por el V.O. y no sé por qué me acuerdo de L. O sí sé por qué pero no voy a contarlo ahora, no viene al caso. También me acuerdo de cuando tiroteaban a gente a la salida, pero ese es un recuerdo aún más feo.

El niño tiene tres euros en mano y amenaza con utilizarlos.

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Los sueños buenos de verdad son los que hacen que te despiertes con los ojos llenos de lágrimas, es decir, los que consiguen emocionarte hasta el llanto y cruzan la barrera de lo real y lo imaginario. Por ejemplo, anoche, con "Tender", de Blur sonando en bucle y yo explicándole a alguien -no sé si a la Chica Diploma- que esa era la mejor canción de la historia, que era perfecta, tan perfecta que ante tal belleza solo cabía rendirse y echarse a llorar. Algo raro, porque a mí "Tender" me gusta pero tampoco demasiado y ni siquiera creo que sea la mejor canción de Damon Albarn.

Otro escenario recurrente de mis sueños es que tengo un piso para mí. Supongo que lo habré visto en alguna película o lo habré leído en algún libro: yo vivo en mi casa con mi mujer pero tengo un piso propio, un alquiler que no he dejado de pagar porque yo lo valgo y así, cuando tengo que huir, huyo ahí y me ahorro una pasta en Fuerteventuras y Alicantes y me impregno de los restos de mí que quedan en cada rincón. Las paredes son blancas como mi casa de Churruca, la felicidad es prácticamente la misma. I´m waiting for that feeling, waiting for that feeling to come.


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Terminé de ver "El Pionero". Había un lector en Twitter muy indignado porque decía que la serie no blanqueaba en ningún momento a Gil. Es un argumento que se puede defender aunque sea con dificultad durante tres capítulos y tres cuartos. Efectivamente, alrededor de Gil no hay mentira alguna: todos los datos están ahí y no se ocultan. Otra cosa es de qué manera se jerarquizan y quién los comenta. La presencia invasiva de la familia, en su mayor parte como familia y punto, es decir, sin nada concreto que añadir a esos datos más que la exoneración del conocido.

Ahora bien, lo de los últimos diez minutos roza el escándalo y ya siento el spoiler: Jesús Gil absuelto por "Tribunal Popular", el público entregado aplaudiéndole; Jesús Gil en su jacuzzi dejando su verdadero epitafio, el que la televisión le ha regalado: "Aquí yace el que luchó contra los imbéciles, contra los poderosos". Jesús Gil ya convertido finalmente en Robin Hood o en Curro Jiménez o lo que ustedes quieran con su hijo pequeño en el papel de Pepe Sancho.

Si el debate "héroe o villano" ya me parecía asombroso, imagínense esta conclusión ominosa, esta glorificación del finado. En los agradecimientos, por supuesto, la familia Gil ocupa un plano y todos los demás se agolpan en el siguiente. Aún hay clases. Por librarse, se libra hasta Isabel García Marcos, de cuyo oscurísimo papel en la Operación Malaya apenas se habla. Un mal catarro que se curó y punto. De hecho, en general, Malaya es una nota al pie y al pie, encima, de Julián Muñoz, el malo oficial.

Supongo que es en parte una producción para consumo externo, es decir, una manera de lanzar un personaje exótico a las filiales de HBO repartidas por el mundo. En ese sentido, si hasta Pablo Escobar tenía matices, ¿qué esperar de un mafioso de tercera?