El problema de la serie de HBO sobre Jesús Gil -o al menos de su primer capítulo- es que el título no se justifica por ningún lado. No hay nada de pionero ni de visionario en estafar continuamente, huir de toda responsabilidad y llevarse a quien sea por delante. En ese sentido, Jesús Gil no representa nada nuevo en la historia de este país ni en su narrativa. Un pícaro más, pero en su caso un pícaro con poder, un pícaro arropado incluso quince años después de su muerte.
Puede que sea solo una cuestión del primer capítulo pero el blanqueamiento de imagen es brutal. HBO ha decidido no colgar la serie entera sino dosificarla con píldoras semanales, así que no sabemos hacia dónde nos llevará la historia pero lo que se puede ver de momento escama: los hijos, los hermanos, los amigos de infancia, Paulo Futre... todos insistiendo en sus virtudes, su carisma y su extraversión. Alguna voz discrepante, pero perdida entre los halagos. Algunos datos, de acuerdo, pero sin hurgar demasiado, no vaya a aparecer alguna familia de una víctima de San Rafael a dar su versión del tema.
Y seguro que estarían encantados.
Lo fascinante de Jesús Gil es precisamente su maldad. La brutalidad de su maldad. Puedo entender el punto romántico del malvado porque si no Al Pacino no habría hecho carrera en Holywood, pero no por eso el personaje deja de ser quien es. Por defenderle -por masajearle, más bien-, le defiende hasta Isabel García Marcos, obviando, de momento, que aparte del azote de Gil en la oposición, fue clave en la Operación Malaya y acabó en la cárcel por corrupta.
Por supuesto, el documental está bien hecho y las imágenes son brutales, pero de momento falta intención. Todo demasiado dulce, demasiado "mira este tío, qué cara le echaba a la vida". Sesenta muertos, la apropiación indebida de una sociedad anónima deportiva y todo tipo de irregularidades en Marbella hasta el día de su muerte. Y aún sigue ahí García diciendo lo de que fue todo "cosa de políticos, que le tenían manía". Mucho va a tener que mejorar la narración para que haga justicia a lo inicuo del personaje. Margen hay, desde luego.
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El viaje de vuelta a Madrid no tiene nada que ver con el de hace una semana a Alicante. Los señores del Inserso han dado paso a un montón de treintañeros resacosos, al menos un grupo de ellos salido de una despedida de soltero. A mi lado se sienta una chica muy joven que no sé si es española, lo dudo, pero tampoco le pregunto porque si algo aprendí de mi época de chico muy joven es que no hay nada más horrible que un pesado cuarentón dándote palique en el tren.
A cambio, intento ponerme a ver "El gran manipulador", el documental que ya está en Filmin sobre Steve Bannon. No lo consigo porque la cobertura no da para tanto, así que vuelvo a George Harrison y al "Living in the Material World" de Martin Scorsese, que ya vi hace años, cuando aún no podía entenderlo porque no sabía suficiente. Es una delicia; al menos la primera parte, cuando George aún no estaba resentido con todo el mundo y no era más que un chico tremendamente inteligente y sarcástico esperando su oportunidad en un mundo frenético, enamorado de la hermosísima Patti, también conocida como Layla.
La segunda parte me la veré mañana en el avión a Fuerteventura.
Ya en casa, aún tengo que esperar un poco a que lleguen la Chica Diploma y el Niño Bonito, pero cuando llegan, el recibimiento es el que todo padre sueña: besos y abrazos y mano cogida todo el rato, no me vaya a volver a escapar... Solo que sí, me escapo. Mañana mismo a la hora de comer. Y el niño lo sabe pero hace como si nada y simplemente calcula cuánto son quince días, si eso son dos semanas o más y qué demonios es una semana, que aún no lo tiene claro.
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Hablamos de las "responsabilidades". La Chica Diploma no tenía responsabilidades el verano pasado y este año no las tengo yo. Eso no quiere decir que ella no hiciera todo lo posible por enterarse de lo que le enseñaban en aquel hospital de Kumming o que yo no me agobie por cómo demonios empezar la novela. Ni siquiera hablo de qué hacer con los niños que irán desapareciendo al final sino cuál va a ser la primera frase, cómo vamos a colocar a los personajes en escena, si el protagonista no acabará siendo una protagonista e incluso si el padre muerto no acabará siendo una madre.
Supongo que en el fondo da igual, que el asunto es precisamente no darle tanta importancia y escribir y punto. Si nadie va a publicarla, ¿qué más da? Ayer, en el copeo final con Dani, se lo dejaba bien claro: si en diez años, pongamos, siguen sin publicarme las novelas, me las publico yo y en el fondo sería casi lo mismo. Pero tienen que ser buenas, eso sí, de eso se trata, y aunque ser bueno no puede ser una responsabilidad -no al menos ser un buen escritor y no desde luego en comparación con ser buen padre, buen marido, buen hijo, buen profesor...- sí acaba siendo al menos un requisito mínimo de satisfacción.
Requisito que, ahora mismo, muerto de miedo, no tengo claro si voy a poder cumplir, hasta el punto de que estoy pensando en ponerle de "working title" el sugerente título de "Me suda la polla", para ver si así me lo creo y puedo escribir como si no necesitara pasar a la Historia. Que no solo no lo necesito sino que además no va a suceder en ningún caso.