Alguna tarde será la última tarde y yo cogeré mi libro, el que sea, y caminaré los cincuenta metros que me separan de la costa llena de piedras negras y me quedaré ahí mirando el mar en tres colores y aguantando el viento contra la cara. Alguna tarde diré adiós a San Junípero-Corralejo con lágrimas en los ojos y una tremenda sensación de vacío e impotencia, quizá después de haber escrito cinco páginas de una novela, como hoy, quizá después de haber escrito cinco párrafos, como ayer. Quizá después de, derrotado, no haber escrito nada.
Algún día será el último día y se parecerá a todos los demás: "the routine", que le explico a Giulio, mi nuevo interlocutor. El mismo desayuno, el mismo paseo, la misma cala donde mojarse los pies, el mismo café en el Waikiki y los mismos periódicos en el mismo comercio. Creo que solo yo sería feliz en "Atrapado en el tiempo". Alguna variación; por ejemplo, los vecinos: los de la villa de atrás tienen una muñeca hinchable desnuda tirada en medio del césped; los de la villa de al lado tienen una batería y están dispuestos a utilizarla. Lo práctico supera con mucho lo moral en este caso.
Puede variar también el lugar donde comer. Hoy, por ejemplo, he ido hasta la Cofradía de Pescadores, donde algo ha debido de pasar desde 2008, cuando fuimos todos los que quedábamos del Festival de Dunas a hacer una última cena que tendría que haber pagado Arturo pero se dio a la fuga. Aquel lugar estaba hasta arriba y el de hoy, pleno julio, está vacío, incluso con un hombre en la puerta pidiéndome casi por favor que me tome un lenguado que se sale del plato, recién pescado, por once euros. Tuve que aceptar.
Al rato, además, apareció el típico chico con la guitarra. No creo que fuera el mismo de ayer pero sí volvió a tocar "Layla". En este pueblo es verdadera devoción lo que se siente por Eric Clapton. Después, se arrancó por Sabina y una canción sobre el río Paraná que no conseguí identificar. Había un borracho por ahí dando vueltas así que pagué deprisa y me fui a por mi segundo descafeinado al bar del chileno, hoy un poco más amable. Las vistas eran al mismo mar pero desde distinto ángulo. Poco a poco mi cabeza va configurando un Aleph de este Atlántico caribeño. Poco a poco, también, va anticipando la desgracia, tal vez para evitar el drama.
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¿Qué se puede contar de Diego Armando Maradona que no sepamos? Poca cosa. Probablemente, el documental de Asif Kadapra haya rebañado ya definitivamente los pocos restos. Aun así, la cinta tiene un aire de familia a "Open", la autobiografía de Andre Agassi: creo que será más valorada cuanto más lejos estés del fenómeno. En mi caso, poco puedo decir: todo me era familiar. Ceñir la película a los años del Nápoles es un acierto, como lo es no pasar por alto los Mundiales de 1986 y 1990 porque no fueron poca cosa.
Como los vínculos con la "camorra", los excesos y las infidelidades ya las conocía, me centré en el fútbol... pero el fútbol, ay, me sonaba también. Aquellas ligas italianas de los 80 en las que el máximo goleador acababa con quince tantos. Aquella violencia constante. Aquellos ultras y aquellos odios. El mismo país que ahora vive gobernado de facto por la Liga Norte, cuyos líderes llenaban los estadios de Turín o de Milán al grito de "napolitanos leprosos". Todavía en 2002, una compañera del curso de italiano repetía todo el rato: "De Roma abajo, todos moros".
Aun así, hay que reconocer que está todo y que yo lo conozca porque soy un marisabidillo no es un demérito del reportaje. Los dos
scudettos, el doblete imposible de 1986, la corrida memorable, el gol de Burruchaga, las patadas, las genialidades, la adicción a la cocaína. Hace bien en Kadapra en dejar al personaje en 1992 porque a partir de ahí lo que queda es un pelele paranoico, que es lo que sigue siendo. Si el objetivo era separar la figura de Maradona de la del humilde Diego, la deriva de los últimos noventa y principios de siglo hubiera arruinado tal propósito.
Las imágenes de los partidos son maravillosas, un trabajo de documentación brillante, como ya hizo en "Amy". Tal vez irrita ese sonido de "chof" cada vez que la pelota toca la red; un sonido que uno no sabe si es propio o añadido. Irrita, hay que insistir, porque yo tiendo a la irritación... a cualquier otro incluso le tranquilizaría.
En definitiva, estamos ante el resumen perfecto de un diablo con vocación de santo que acabó corriendo despavorido de su propia iglesia. Es lo mejor que se podía hacer, porque, en realidad, que el personaje sea inabarcable tampoco es culpa de Kadapra ni de nadie.
Más que de él mismo y sus adoradores.