El Niño Bonito y la Chica Diploma vuelven al agua para quitarse la arena. Yo les miro desde lo alto de un chiringuito. Cada cuál según sus posibilidades, a cada cuál según su necesidad. Es una tarde de playa en el Cantábrico y el mar está más caliente que nunca, un mar recalentado de olas mediterráneas. El niño salta pero salta a destiempo, aún no ha aprendido y se divierte como un aprendiz. Sistemáticamente, el salto llega antes de la ola y al caer la ola le tumba. Risas. Todo le hace gracia. Todo es fascinante. Álvaro vive en una canción de Sidonie.
A su padre lo quiere para jugar a las palas pero tampoco
sabe jugar a las palas. Coge la suya como si fuera una raqueta de tenis e
intenta golpear plano, fuerte, buscando ángulos. No lo consigue. Esta misma
tarde me ha ganado un partido de baloncesto sin necesidad de que yo me dejara.
Poco a poco va haciendo progresos y, lo que es más importante, poco a poco va
dejando atrás el fútbol, al que siempre miro con desconfianza.
Cuando le pregunto si le hace ilusión tener un hermanito,
tuerce el gesto y me dice: “Ahora ya no tanto”. Le entiendo. “Yo estoy tan bien
aquí solito que, claro...”. Le acaricio el pelo para que sepa, aún no sé muy
bien el qué. Es difícil explicarle que todo va a ir a mejor en parte porque ni
yo lo tengo claro. Su madre, tampoco, también es hija única. Acudimos a clichés
y confiamos en que los clichés funcionen. Después le compramos unos sobaos para
compensar cualquier daño.
*
Marcos Pereda me espera como siempre en la media rotonda de
entrada a nuestra urbanización y, como siempre, acabamos en el Hotel Gerra,
desayunando de nuevo ante un mar enorme. “Estuve a punto de casarme aquí”, le
explico, “pero era muy caro y estaba muy lejos”. A Marcos le conozco desde hace
poco más de un año pero es como un amigo de toda la vida. Cosas del ciclismo y
de determinada estética, supongo.
Me regala una revista francesa en la que colabora y me anima
a que les escriba yo y ofrezca algo pero yo ya no sé qué ofrecer, no sé qué
queda. Cuando hablamos del Tour, los dos estamos de acuerdo en que Pinot es
nuestro favorito y que eso debe ser razón suficiente para que le pase cualquier
cosa y pierda diez minutos en algún arcén. Yo presenté su libro y confío en que
él, algún día, presente el mío.
Al volver, me deja en casa, donde todo es cuestión de
cambiar de coche e ir a Solís, en concreto a Casa Jandro. Hace un bochorno
terrible, como si ya no pudiera entender la vida sin viento. La Chica Diploma
me pregunta si ya no estoy tan triste y yo le digo, para empezar, que en
realidad nunca estuve tan triste, que
simplemente echo de menos algunas cosas. Los dos cuidamos nuestra relación
juntos cuidando nuestra relación por separado. Creo que hacemos bien.
*
Murió Rutger Hauer, es decir, murió Roy Batty. Hace unos
cuantos años, me encargaron un perfil del replicante para la edición impresa de
la revista GQ. Eso fue antes de convertirme en colaborador de la edición
digital. Ambas colaboraciones acabaron de la misma manera, con un silencio
atronador. Quedan, en cualquier caso, las palabras.