miércoles, julio 24, 2019

Playa de Oyambre



El Niño Bonito y la Chica Diploma vuelven al agua para quitarse la arena. Yo les miro desde lo alto de un chiringuito. Cada cuál según sus posibilidades, a cada cuál según su necesidad. Es una tarde de playa en el Cantábrico y el mar está más caliente que nunca, un mar recalentado de olas mediterráneas. El niño salta pero salta a destiempo, aún no ha aprendido y se divierte como un aprendiz. Sistemáticamente, el salto llega antes de la ola y al caer la ola le tumba. Risas. Todo le hace gracia. Todo es fascinante. Álvaro vive en una canción de Sidonie.

A su padre lo quiere para jugar a las palas pero tampoco sabe jugar a las palas. Coge la suya como si fuera una raqueta de tenis e intenta golpear plano, fuerte, buscando ángulos. No lo consigue. Esta misma tarde me ha ganado un partido de baloncesto sin necesidad de que yo me dejara. Poco a poco va haciendo progresos y, lo que es más importante, poco a poco va dejando atrás el fútbol, al que siempre miro con desconfianza.

Cuando le pregunto si le hace ilusión tener un hermanito, tuerce el gesto y me dice: “Ahora ya no tanto”. Le entiendo. “Yo estoy tan bien aquí solito que, claro...”. Le acaricio el pelo para que sepa, aún no sé muy bien el qué. Es difícil explicarle que todo va a ir a mejor en parte porque ni yo lo tengo claro. Su madre, tampoco, también es hija única. Acudimos a clichés y confiamos en que los clichés funcionen. Después le compramos unos sobaos para compensar cualquier daño.

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Marcos Pereda me espera como siempre en la media rotonda de entrada a nuestra urbanización y, como siempre, acabamos en el Hotel Gerra, desayunando de nuevo ante un mar enorme. “Estuve a punto de casarme aquí”, le explico, “pero era muy caro y estaba muy lejos”. A Marcos le conozco desde hace poco más de un año pero es como un amigo de toda la vida. Cosas del ciclismo y de determinada estética, supongo.

Me regala una revista francesa en la que colabora y me anima a que les escriba yo y ofrezca algo pero yo ya no sé qué ofrecer, no sé qué queda. Cuando hablamos del Tour, los dos estamos de acuerdo en que Pinot es nuestro favorito y que eso debe ser razón suficiente para que le pase cualquier cosa y pierda diez minutos en algún arcén. Yo presenté su libro y confío en que él, algún día, presente el mío.

Al volver, me deja en casa, donde todo es cuestión de cambiar de coche e ir a Solís, en concreto a Casa Jandro. Hace un bochorno terrible, como si ya no pudiera entender la vida sin viento. La Chica Diploma me pregunta si ya no estoy tan triste y yo le digo, para empezar, que en realidad nunca estuve tan triste, que simplemente echo de menos algunas cosas. Los dos cuidamos nuestra relación juntos cuidando nuestra relación por separado. Creo que hacemos bien.

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Murió Rutger Hauer, es decir, murió Roy Batty. Hace unos cuantos años, me encargaron un perfil del replicante para la edición impresa de la revista GQ. Eso fue antes de convertirme en colaborador de la edición digital. Ambas colaboraciones acabaron de la misma manera, con un silencio atronador. Quedan, en cualquier caso, las palabras.