En uno de los bares del camino suena "Romeo and Juliet".
When you´re gonna realise it was just that the time was wrong? La voz se parece sorprendentemente a la de Mark Knopfler como se parecía la de aquel señor de Roma que cantaba "Sultans of swing" en mitad de una calle peatonal. Pero no, no es Mark Knopfler. ¿Se imaginan? Son las doce y poco de la mañana pero ya tengo hambre así que me meto en el restaurante al que íbamos a comer a menudo la Chica Diploma y yo pero en vez de una hamburguesa me pido otro lenguado. Si vamos a ceñirnos a las rutinas, nada me impide llevarlas al extremo.
Hace un calor impropio en Fuerteventura y los locales se quejan. Rozan los treinta grados y los bañistas ocupan las playas como ratas. Una pareja se entrelazaba en mi cala durante el camino de ida. Por no molestarles, prescindí de mi baño. El calor en Fuerteventura solo puede querer decir una cosa: que no hay viento. El viento vuelve loca a la gente pero a cambio rebaja la temperatura y estadísticamente esa es una buena noticia. Malo sería que el loco te tocara justo a ti.
Llevo mis dos periódicos y un libro de Pier Paolo Pasolini que me regaló Dídac, de la Editorial Contra, cuando nos vimos en la Feria del Libro. Es un libro pequeño y sospecho que me hace menos interesante -también menos rarito, recuerden que en Alicante ese era el debate-. En la terraza del chileno un par de niños se aburren y se tiran sobre los sillones vacíos mientras su padre fuma algo que no sé lo que es pero huele muy bien. Hablan en francés. El mar sigue teniendo tres colores, en ocasiones, me parece ver un cuarto.
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La vuelta la hago por el camino corto, pero como me pierdo acabo tardando más y quemándome la cara. No me encuentro demasiado bien: esta mañana me he levantado a las seis y cuarto y ya no he podido volver a dormirme. A las siete y pico estaba frente al ordenador escribiendo mi novela imposible y
recreando la muerte de mi padre, solo que en la ficción somos tres hermanos y mi padre muere en Santander y mi madre lleva un montón de tiempo en una residencia después de un ictus. Una nueva comedia de Guillermo Ortiz.
Aparte del sueño y las ansias, empieza algo parecido a una gastroenteritis. Le pongo ese nombre porque es el que le pondría cualquier médico de urgencias si le contara los síntomas... pero no es una gastroenteritis. Pueden ser nervios o puede que algo me haya sentado mal y punto. A las once ha venido un señor a desinsectar la casa. Que también podrían haber aprovechado y haberla desinsectado antes de llegar yo, pero no voy a entrar en polémicas.
El Corralejo Bay está cerrado. Obras, parece. De todas las rutinas es, con diferencia, la que más echo de menos. Su piscina gigante, su desayuno inabarcable, sus habitaciones en las que de repente se colaba Don Diablo por la terraza -le dieron un Goya a Don Diablo, lo que nos pudimos reír...-, los jacuzzis con la Chica Diploma, la italiana que alquilaba coches y leía libros, más lo segundo que lo primero. El hotel donde vi al Racing clasificarse para la UEFA y a Federer perder una final de Montecarlo. La habitación donde leí "Rosas, restos de alas".
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Veo en Netflix el documental sobre Parchís. Es una joya. Parece mentira que hayan tardado tantos años en hacerlo. Amaga y en ocasiones incluso golpea, cortesía casi siempre de Joaquín Oristrell, al que no ubicaba en ese mogollón por aquello de que para mí Oristrell es Cristina Rota y la catarsis y el anticapitalismo pero se ve que no. Están todas las fichas y el dado. De hecho, el dado parece con diferencia el más simpático de todos. Siempre tuve problemas con Parchís porque a mí me pillaron muy pequeño. Tan pequeño que a los niños les confundo con los de Barrio Sésamo y al gordo de las películas lo confundo con Piraña.
Tal vez debería haber metido algo de esto en mi libro sobre mi infancia ciclista en los ochenta, pero me he prometido no tocar una coma y espero poder ser fiel a mi promesa.
"Malaherba", de Manuel Jabois, es otra maravilla. A veces con un exceso de chascarrillos, todo hay que decirlo, pero entretenida. No cambiará la historia de la literatura y no lo pretende. La edición está un poco descuidada y se cuelan demasiadas erratas como si alguien muy paranoico hubiera decidido ahorrar costes para evitar el engaño de algún malvado corrector. Por lo demás, momentos muy divertidos, muy Jabois, que ya tiene un sello propio que demasiada gente intenta copiar sin éxito.
Reconozco que al principio me costó un poco enfrentarme al libro porque Manuel no es mi amigo pero a veces lo parece y a la vez no me vendría mal que alguna vez se equivocara en algo para alimentar mi leyenda de fracasado incomprendido. Pero no, a lo que se ve, los dos estamos bien donde estamos. A veces, incluso, en la misma conversación de WhatsApp.