Fabio tenía un buen trabajo en Roma, algo relacionado con la banca, no especifica. Mucho dinero y mucho estrés. Un día, no sé qué catástrofe personal le llevó a cambiar de vida, venirse a Corralejo e instalarse aquí. Estresado ya no parece y a juzgar por el coche que me lleva desde el aeropuerto al apartamento de Giulio, dinero no le falta. Por lo que me cuenta, ya no es preciso ir por la carretera junto a las dunas, la de doble sentido, la que te hacía sentir que cruzabas un túnel de sal y daba comienzo a mis relatos. El año pasado construyeron una autopista.
En la casa de Giulio está Sonia, con la que chapurreo también en italiano porque apenas habla español. Sonia, que vive con su hijo en el chalet de al lado, una especie de villa, no es italiana sino serbia, concretamente del pueblo de Divac y de Djokovic. Cuando le pregunto por un supermercado, me acompaña en su coche y espera pacientemente a que haga acopio de arroz, pasta, papel higiénico, pasta de dientes y todo ese largo etcétera del turista recién llegado. Al verme llegar con las bolsas, me dedica una sonrisa enorme.
Estamos cerca del Corralejo Bay (2008, 2014) pero ando un poco confuso porque esto no son sino urbanizaciones que se suceden una tras otra. Nadie pasea por la calle. Cuando termino de ordenar todo, salgo a dar una vuelta hacia la playa. "Queda cerca", me dijo Sonia antes de despedirse. Es un eufemismo: está a menos de cinco minutos en chanclas. Y no es una playa, es el paraíso. Es lo que tienen ahí arriba en la foto, pero en salvaje, en pase privado, con la paleta de colores que es imposible que mi móvil recoja.
Llamo a la Chica Diploma y le digo que todo esto es ridículo. Que deberíamos hacer como los demás fugitivos, mandarlo todo a la mierda e instalarnos aquí. Es posible que por estos pisos estén pidiendo la mitad que por nuestro contaminado y recalentado piso de Clara del Rey. ¿Qué clase de valores tenemos que impiden que nuestros hijos crezcan aquí, que nosotros disfrutemos de esta naturaleza todos los días? Las Islas Canarias no solo son más baratas sino que, si eres funcionario, cobras más. Y yo podría ser funcionario en cualquier momento, igual que la Chica Diploma podría ser lo que le diera la gana y el Niño Bonito acabaría aprendiendo idiomas a base de hablar cada día con serbios, italianos y alemanes.
Es una pregunta para la que no tengo respuesta. Reconozco que en cuanto alguien me dijera "¿saltamos?" le contestaría que llevo veinticinco años deseándolo.
*
El viaje en avión se hace un poco complicado, como siempre. Esos despegues... Público variado: familias, sí, pero pocas y extranjeras. Grupos de canarios que vuelven de trabajar o sencillamente regresan a casa. Alguna pareja. Alguna chica que viaja sola, también, como si aquello fuera un puente aéreo, y habla con acento italiano ella también aunque resulta ser francesa. Me atiborro a Trankimazín porque estoy de los nervios pero qué paz en las alturas... qué enorme sensación de distanciamiento con el mundo cuando el avión supera las nubes y queda a solas con el sol.
El paraíso queda abajo pero bien podría quedar arriba, o, lo que es lo mismo, para llegar al paraíso antes hay que pasar por el paraíso y, así, todo va sumando.
*
En el aeropuerto, de nuevo cortesía de Filmin, me da tiempo por fin a ver "El gran manipulador", uno más de los muchos documentales que vienen circulando sobre Steve Bannon. Sorprende lo agradable que es el diablo. A diferencia de lo que está haciendo HBO con Gil no hay intención alguna de blanquear los hechos ni los discursos, pero es inevitable pensar que uno podría tomarse más de una copa con ese tipo siempre sonriente, que pastorea el odio como quien saca a pasear a las cabras en un amanecer de verano.
De hecho, o Bannon tiene un problema de pigmentación o lo de las copas debe de ser algo habitual.
Sorprende también su falta de sentido de la realidad. Bannon es un Guardiola del mal: tiene una táctica y de ahí no le muevas. A diferencia de Guardiola, eso sí, Bannon no tiene ni idea de si esa táctica le va a llevar a algún lado. Él extiende su mierda por el mundo y alguien relacionado con Goldman Sachs se la acaba financiando. Luego se sube al coche o se mete en una habitación de hotel y se parte de risa, como si la cosa no fuera con él. "Populismo nacionalista", llama a su movimiento continuamente, pero lo dice como si esa ideología no hubiera provocado ya dos guerras mundiales y en realidad escondiera el más adecuado "hegemonismo blanco", que en el fondo es de lo que se trata.
Falta, quizá, un poco de profundidad, tal vez los contextos merecerían más explicaciones porque son ciertamente cambiantes. Sin embargo, las batallas contra los periodistas valientes están ahí como está ahí la lógica refutación de su discurso hegemonista. Eso díce mucho del director, pero, de nuevo, también dice mucho de Bannon y su poco miedo a quedar mal. Si algo tienen en común los Roger Stone y los Steve Bannon de este mundo es precisamente su falta de pudor, lo que no esconde en realidad sino una palpable falta de escrúpulos.