Por supuesto, este tipo de clasificaciones son absurdas: carne de blog y artículo de prensa, pero voy a darles unos datos: 24 años, 22 campeonatos mundiales y 14 veces campeón olímpico. Unos cincuenta récords mundiales batidos y una capacidad competitiva descomunal.
La actuación de Michael Phelps en los Mundiales de Natación de Roma iguala o incluso supera la de hace doce meses en Pekín. Si lo de entonces fue una demostración de fuerza y resistencia, lo de este verano ha sido una exhibición de concentración y competitividad. ¿Qué más hace falta? Por supuesto, la natación, con sus múltiples variantes, permite este tipo de alardes cuantitativos, pero tampoco hay que olvidar que precisamente esa variedad en realidad multiplica los rivales.
A más pruebas, debería haber más ganadores y no que el mismo gane siempre. Vivimos en un mundo de especialistas.
Unos breves apuntes de la carrera de Michael Phelps para colocarla en perspectiva: participó en unos Juegos Olímpicos con 15 años. ¿Participó? No sólo eso. Quedó quinto en su especialidad, los 200 mariposa. Con 16, fue campeón del mundo en Fukuoka. Se especializó en el libre y la mariposa, las dos especialidades más "violentas" y de paso se hizo el rey indiscutible de los 200 y 400 metros estilos, que combina los cuatro tipos de nados: los dos mencionados, más braza y espalda.
Siempre se ha dicho que, si hubiera querido, podría haber sido campeón olímpico de espalda, compitiendo con el gran Peirsol. Nunca quiso. Nadie da para tanto.
Se enfrentó en sus primeros años a Ian Thorpe y Van den Hoogenbad. Puede que esos nombres no les digan mucho, pero son leyendas. Es como decir "se enfrentó en sus primeros años a Michael Jordan y Magic Johnson". Ian Thorpe era un enorme nadador australiano capaz de ganar los 100 metros libres y los 800 en un mismo campeonato. Imagínense algo parecido en atletismo. Van den Hoogenbad era un especialista en distancias cortas, un Cavendish o un Petacchi o un Cipollini de la natación. Probablemente, el mejor junto a Popov de los últimos 20 años.
Esos fueron sus rivales y a ambos derrotó. En mariposa tuvo que enfrentarse durante años a Ian Crocker, el formidable nadador estadounidense. Cuando este flaqueó, apareció Miroslav Cavic y todo el mundo habló de relevo, especialmente tras la polémica final de Pekín en los 100. Falsa alarma. En Roma, Phelps también ha puesto en su sitio a Cavic, como lo hizo con todos los demás.
Muchas veces, a Federer se le acusa de ganar porque no tiene competencia e incluso de perder en cuanto la tiene -Rafa Nadal-. Incluso el más fan de los fans de Federer -y puede que ese sea yo- tiene que reconocer cierta falta de talento en los últimos años, pero Phelps no se ha enfrentado a "medianías" precisamente. Su imperio sobre la natación mundial, un imperio que va para los ocho años ya, se ha construido a base de derribar a algunos de los más grandes de la historia.
Lo de Roma, insisto, supera cualquier expectativa. Decir que iba de paseo es mucho decir, pero hay que repasar los hechos del último año: en Pekín, Phelps consigue ganar ocho medallas de oro en ocho pruebas disputadas y pasa inmediatamente a la Historia. Como es normal, se relaja, y le pillan fumando marihuana con unos colegas. Le sancionan por ello, aún no entiendo por qué. Tiene que interrumpir competición y entrenamientos, gana peso, rechaza los avances tecnológicos para seguir fiel a su marca de toda la vida -Speedo, que no olvidemos, en su momento ofreció a Phelps enormes avances tecnológicos, no es el bañador de mi abuela...- y llega a los trials estadounidenses sin apenas haber nadado en serio en casi diez meses.
¿Le barren? No, barre. Se clasifica para los 100 libre, pero renuncia. Se queda con los 200 y las dos pruebas de mariposa. Entra en los equipos de relevos de estilos y libre. Llega a Roma un poco de vuelta de todo y con una preparación física deficiente. No es de esperar que arrase como un año antes. El tercer día pierde una carrera en 200 libres por primera vez desde Atenas 2004. Todo el mundo habla del fin de una era.
Inmenso error. Phelps gana los 200 mariposa y un par de pruebas de relevo y se enfrenta al gran momento de la competición: la repetición de la final de los 100 mariposa de Pekín contra Miroslav Cavic. Las demostraciones del serbio invitan al optimismo. Incluso Rafa Muñoz, sorprendente recordman de la distancia durante unas semanas, afirma: "El oro está decidido. Phelps y yo nos jugaremos la plata y el bronce". "Phelps y yo", cuanta arrogancia y cuanto desafío en un solo sujeto.
Phelps, harto de que le repitieran que no ganó la carrera que ganó en Pekín, sale a por todas. En el caso del americano, "salir a por todas" no consiste en salir el primero, sino en no dar la vuelta el séptimo, como hizo en China, sino el quinto, a casi un segundo de Cavic. La segunda piscina es espectacular, algo ya visto varias veces, pero aun así increíble: en cada brazada, Phelps recorta dos décimas al serbio, que empieza a notar el cansancio de los brazos mientras siente el agua salpicada de la calle de al lado, cada vez más cerca, más cerca, al lado, cabeza con cabeza, cuatro hombros saliendo a la vez del agua.
Cuando quedan unos 15 metros, los decisivos, Phelps se coloca por primera vez por delante y acaba ganando la prueba, con record mundial incluido. Sale del agua hecho una furia, se sienta sobre el divisor de calles y eleva el puño en señal de rabia. Es el mejor. El mejor nadador de la historia. Y a la vez invita a todos los espectadores del mundo -incluso a los que nos metemos en la playa de Benicassim y abrazamos un metro cada seis brazadas- a que nos preguntemos si no es él mejor que todos nuestros ídolos. Si no es el mejor, así, en general, sin más matices.