domingo, abril 10, 2022

Breaking the girl


A las once y media, hay unas cuatrocientas cincuenta personas conectadas a un vídeo de YouTube; un directo que en realidad es un bucle de música para dormir. No sé si me parecen muchas o pocas. Tampoco creo que estemos todos allí para lo mismo. Al menos, me gustaría pensar que no, que detrás de nosotros hay cuatrocientas cincuenta historias distintas: el niño que no duerme, sí, pero también el adulto que necesita el ruido de tormenta, la flauta tranquila, el crepitar de las hojas. 


El Rey Sol no se duerme, pero no es culpa suya. Es culpa nuestra. Hemos vuelto muy tarde y hemos retrasado su siesta. Salimos tarde de casa, llegamos tarde a casa de la abuela, quedamos aún más tarde con la Chica Selectiva y acabamos comiendo casi a las cinco en un VIPS de la calle Julián Romea. Con todo, ha sido un buen día. Un día en el que sales de casa, ves gente, hace sol y el niño da besos a un bebé extranjero en un parque infantil siempre va a ser un buen día. La llegada oficial de la primavera, después de un invierno que se me ha hecho extrañamente largo.


Lo que nos falta con el Rey Sol es tener una buena charla. La Chica Diploma y yo no siempre lo explicitamos, pero creo que compartimos sensación: nos morimos de ganas de conversar con nuestro hijo, de preguntarle y que conteste, de que nos pregunte él, de entender sus quejas y sus alegrías. Nos morimos de ganas de un poco de normalidad después de dos años y pico. Algo más que sus intentos por comunicarse, que normalmente bastan, pero nos dejan un poco a medias. Queremos oír su voz cantarina con sentido, queremos matices, queremos algo más que su sonrisa constante sin que su sonrisa constante desaparezca. Y queremos que duerma, claro. Pero, incluso sin dormir, todo sería más fácil con lo otro. El día llegará, estoy seguro. 


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Jueves de fiesta en la Sala Cero del Palacio de la Prensa. Mucho ha cambiado en Libros del KO desde que Diego y yo nos reunimos con los chicos en La Petisqueira para un proyecto no demasiado definido hace once años. De aquello a esto: hojas y hojas con nombres de invitados hasta que una chica muy simpática te deja bajar, unas escaleras breves y una pista enorme con poca iluminación. Dos barras libres de agua y cerveza, alguna cara conocida y el habitual ataque de pánico social hasta que me encuentro con Miguel Gutiérrez y la cosa mejora.


Mejora por Miguel, mejora francamente por Carlos Marañón, que es una delicia de persona y sabe cómo tratar a un tímido nervioso, y mejora aún más cuando van apareciendo por ahí los Fran Guillén, Fermín de la Calle, Miguel Aguilar y compañía. Tiene pinta de noche mítica, la primera en muchos años, hasta que a Cenicienta se le empiezan a complicar las cosas y decide que se tiene que ir a casa, que no se la puede jugar sin dormir cuando tiene un hijo que no duerme y que no puede forzar más la voz cuando al día siguiente tiene que argumentar en la tele.


Cenicienta es muy responsable. Demasiado, a veces. Cenicienta, además, está cansada. Para la irresponsabilidad se requieren unas dosis de energía de las que Cenicienta hace tiempo que carece. Está vieja, o, más bien, avejentada. Ha vivido mucho en muy poco tiempo o eso le parece. No recuerda conversaciones de hace un mes, necesita una agenda para tener presente cualquier futuro, no se atreve a romper ninguna regla porque está todo el rato pendiente de las consecuencias. Así, Cenicienta pilla la última carroza y se planta en casa a las doce y media, no más. La Chica Diploma medio duerme en el sofá y luego se va a la cama. Cenicienta también, pero pronto el Rey Sol les despierta a los dos y empieza una noche que es larga y es corta a la vez y que acaba, no en un karaoke ni en una página de YouTube, sino en una cama con un niño insomne al lado, mientras te clava las uñas para tranquilizarse, se chupa el dedo y emite un ruidito algo molesto para intentar calmarse. Sin éxito, por supuesto.


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Supongo que se habrá comentado muchas veces, pero es curioso que en 1991 salieran dos canciones, de dos grupos que marcarían una época, y que ambas contaran lo que es vivir bajo un puente. Kurt Cobain, 24 años, fugado de su casa de Aberdeen durante unos días, buscando donde dormir y acabando en un arroyo. Underneath the bridge, the tarp has sprang a leak. Hace poco leí la última entrevista de Cobain a "Rolling Stone", poco antes de que se embarcaran en la gira europea del "In Utero". Estaba descontento con el concierto de ese día -no había sonado bien, el redactor estaba de acuerdo-, pero se mostraba más optimista que nunca: el éxito ya no era una losa, el estómago ya no le dolía, Frances Bean volvía a estar a su lado después de los problemas con las autoridades, y por mucho que repitiera la prensa, todo iba estupendamente bien.


Preguntado por "I hate myself and I want to die", una de las canciones que no pasaron el corte del disco, Cobain insiste en que es una broma... pero que, como nadie la iba a pillar y todo el mundo se lo iba a tomar en serio, prefirieron al final no meterla. De hecho, insiste Cobain, él quería titular así el disco, como una burla a todos los que se creen que es un depresivo siempre al borde de pegarse un tiro con una escopeta. A las pocas semanas, ingresó con una sobredosis en un hospital de Roma. Muy poco después, ya de vuelta en casa, en Aberdeen, se cerró en el invernadero, escribió una carta a Frances y a Courtney y el resto es historia.


La otra canción es, obviamente, la de Red Hot Chili Peppers  Anthony Kiedis, 29 años, dieciocho ya en California, donde llegó desde Michigan con su padre. Su enloquecido padre que dio pie a una adolescencia frenética, llena de excesos. Drogas que van y vienen y escabrosas historias sexuales. Anthony, junto a su amigo Mario, cuatro noches sin dormir, en un campamento bajo el puente de una autopista de una banda latina, completamente enganchado a la heroína, completamente enganchado a las pastillas, buscando tan solo un poco de sueño para luego poder levantarse y seguir.


Por lo demás, el "Blood, Sugar, Sex, Magic" quedó como un disco redondísimo de un grupo que siempre me pareció excesivo. No tanto por "Under the bridge", sino por "Give it away" y, sobre todo, por "Breaking the girl", que es de un popismo REM que enamoraría a cualquiera. Thought you´re so clever, but now you must sever, you´re breaking the girl. Y toda una vida intentando aplicarme el cuento.