Termino "Yoga" en tan solo dos semanas, una lectura tan agradable como casi todas las de Carrère. No sé por qué todo el mundo ha puesto el libro a parir, se me escapa. Sospecho que tiene que ver con el principio, ese principio tan lento, tan de meditación, tan de observarse a uno mismo y ver qué pasa. No sé, a mí me gustó. Me tranquilizó. Me invitaba a pasar una página tras otra sin expectativas, que es un poco lo que es el yoga. Me animaba a escribir, también, a escribir como Carrére, cosa que siempre me pasa y nunca consigo, claro.
También yo probé la meditación un par de veces y no llegué muy lejos, así que entiendo el aburrimiento. ¿Qué demonios nos está contando este tipo sobre sus fosas nasales? Pero, mientras, el tiempo pasa y pasan los pensamientos y es delicioso que sea así, sin agarrarse a ninguno en concreto, solo sensaciones. En el fondo, este blog, al menos en su evolución y desde luego a partir de 2014 es un poco "Yoga". Antes podía ser una narración de lo externo (Alex Terieur, para los que hayan leído el libro) pero desde entonces son reflexiones sueltas que solo me afectan a mí.
Por ejemplo, aquella charla pandémica con LC en la que me presentaba a su novio y yo le decía que era muy guapo y ella me decía que sí y que mi mujer también y concluía con un "hemos ganado" que nunca supe bien qué quería decir más allá del convencimiento con el que lo decía. Recuerdo incluso la repetición pocas líneas de Whats App después: "Sí, pero nosotros ya hemos ganado", que, en el fondo, no sé si era una victoria o una rendición. Un "ya está, ya hay paz, ya hay paz". La victoria de LC además tenía algo de improbable, algo que nos llevaría de cabeza a la hubris si no fuera precisamente porque la partida la daba por acabada: no era nuestra victoria una victoria conjunta, no era un "dos contra el mundo". La idea de LC era que los dos, por separado, habíamos conseguido vencer. Que los dos habíamos derrotado al universo o, según sus gustos algo "new age", que los dos lo habíamos conquistado, atraído, para que nos colmara de parejas bellas y turgentes.
"Yo solo le pedía a Dios una chica bonita", repetía Ray Loriga en 1992, y Dios fue todo oídos. Conmigo le costó más tiempo. A LC no sé si le dio peces pero desde luego la enseñó a pescar. Todo esto me vino a la cabeza al terminar uno de los capítulos. Uno de los tantos pensamientos intrusivos en esas ciento cincuenta primeras páginas que tanto desesperó a tantos buenos lectores. Por lo demás, lo escandaloso, lo fallido del libro no es que hable mucho de sí mismo sino que apenas hable de lo que importa: el divorcio. Pero al fin y al cabo eso ya lo sabíamos porque se publicó en la prensa antes de que el libro saliera de la imprenta. Sabíamos que era un libro capado y tramposo y que precisamente por eso era también una rendición.
Aun así, quedan páginas maravillosas. A mí me gustan las de la locura y el centro de salud mental porque yo siempre he pensado que soy carne de centro de salud mental. Carne de electroshock y delirio. Me gusta la sensación de felicidad tras una buena medicación. Me gusta la evasión del mundo. Lo único que esperan de ti es que no te cagues encima y hasta eso podrían perdonarte. Luego, la parte griega es formidable. Incompleta, claro, como todo, porque todo tiene un aire de "tengo que contaros algo, estoy tan desesperado, lo estoy pasando tan mal que me da igual lo que penséis, yo necesito contároslo y así contármelo a mí mismo. Estoy perdido. Digo que ya no estoy perdido porque sigo perdido pero no quiero alardear". Es un libro muy mío, si se piensa, o, más bien, un libro muy para mí.
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Los posters de la habitación no están bien alineados. No hay el exquisito ejercicio de simetría que uno podría esperar de una Chica Diploma. A Kurt Cobain hubo que ponerle más abajo porque no cabía en línea recta. El de Bowie sospecho que está algo torcido pero quizá es mi impresión con mi propia cabeza torcida en la cama. Al de los Beatles no hay nada que reprocharle. El Niño Bonito pregunta: "¿Quién es el que salta aburrido?" Y, por supuesto, el que salta aburrido, como si quisiera estar en cualquier otro lugar ya a sus 20 años recién cumplidos, antes incluso del éxito desmedido, los gritos y el samsara, es George Harrison.
Lo que más le interesa a mi hijo mayor de los Beatles es la muerte de John Lennon. Me la recuerda varias veces, no vaya a haber resucitado. Tiene un pánico atroz a viajar a Estados Unidos y que se líe un tiroteo en cualquier esquina. A mí me pasó lo mismo hasta que crucé Wyoming y la cosa fue razonablemente bien. Estamos los cuatro en la cama: la Chica Diploma, el Niño Bonito, el Rey Sol y yo. Ella dice estar demasiado cansada y busca explicaciones porque necesita que a cada consecuencia le siga una sola causa. Yo creo que estamos agotados, sin más, y la perspectiva de estarlo aún más en los próximos años me paraliza. Yo querría meter la cabeza bajo el edredón y perderme. Abrir los ojos para encontrarme a Bowie, a Kurt y a los Fab Four y volver a cerrarlos. Sentirme en casa. Soñar otra noche más que estoy solo y sentir un cierto alivio en ello. Como le digo a mi mujer tras despertarme, "no sé cómo no se me ocurrió que así podría leer un rato".
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Ganó el Atleti la liga pero el Niño Bonito no celebró como se esperaba de él. Lleva dos semanas poniéndose la equipación completa para ver los partidos y pasando por ellos como un forastero. Ni una mueca de inquietud ante los goles de Budimir o Plano, ni una celebración exaltada ante los de Luis Suárez. Todo en él es a matter of fact. A mí me hacía ilusión que ganara el Atleti por ver al niño feliz y me encuentro con un niño al que básicamente le da igual todo. Puede que le hubiera molestado la derrota, pero tampoco tiene pinta. A su madre le parece una buena noticia y en términos generales lo es: reservemos las pasiones para lo que realmente es preciso. Lo que pasa es que yo ya me había hecho ilusiones y, ya se sabe, las ilusiones son un poco traicioneras.
Al día siguiente, desciende el Estudiantes y el que se queda como estaba soy yo. Bloqueado, quizá. No sé. Creo que hay un Estudiantes en mi vida hasta "Ganar es de horteras" y otro después. Como si yo, a lo Carrère, a lo LC, ya me hubiera quitado el peso de encima, ya hubiera contado todo lo que había que contar y ya pudiera rendirme. Aquel descenso y este descenso, ¿cuál es la diferencia? Nueve años más de sufrimiento, nueve años más de nóminas para un montón de amigos. Yo entiendo a los que dicen que es una excelente oportunidad para reformarse pero yo no creo demasiado en las segundas oportunidades. No con un club en quiebra y unos vicios enquistados.
Yo podría escribir hoy que algo de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, se ha venido abajo con estrépito... ¿pero acaso no es exactamente eso lo que escribí en 2012? ¿Para qué repetirme? Yo ya me despedí de esa juventud, de esa adolescencia, de esa infancia y cerré la puerta. Era necesario. Al año siguiente, murió mi padre. El otro día le expliqué a una amiga el momento en el que mi madre visitó a mi padre en el hospital cuando aún estaba consciente y todos ahí sabíamos que era la última vez que se iban a ver y me eché a llorar. Ahí me di cuenta de todo el peso, me di cuenta del duelo atrasado pero no solo de eso. A los dos años, nació mi hijo. La vida estaba condenada a ser otra y no hacía falta una pandemia para ser consciente de ello. Lo que no quiere decir que la pandemia se ahorrara la visita. Habría sido mucho pedir.