Frederic Beigbeder tiene todo para gustarme (habla de sexo, chicas, juergas, perdedores, modelos... estética, en definitiva) y a veces lo consigue. No siempre. No con "Socorro, perdón", desde luego. El problema que tengo con él es la insistencia. Por supuesto, en ocasiones es brillante y tiene algunas frases realmente geniales, pero debería darse cuenta de que nadie -casi nadie, él no, desde luego- puede ser brillante todo el rato. El empeño de Beigbeder en deslumbrar con cada oración, con cada metáfora, con cada ingeniosa reflexión sobre la vida real que se esconde tras la "vida real" acaba no ya molestándome sino aburriéndome.
Como decían en "Cuando Harry encontró a Sally", todo el mundo cree tener buen gusto y sentido del humor, pero es imposible que todo el mundo lo tenga. No todo el rato, desde luego.
"Socorro, perdón" pretende ser un retrato de la Rusia post-comunista, asolada por un capitalismo voraz que no hace sino reproducir las viejas relaciones de poder. La idea -acertada- de que Stalin sustituyó a los zares y los magnates del petróleo han sustituido a Stalin, pero las relaciones de poder siguen siendo las mismas es muy buena, pero la quinta vez que te la explica, sientes una brutal falta de confianza, y, lo siento, llámenme egoísta, pero yo necesito que el escritor confíe en mí. Vale, lo he pillado, no insistas.
En este caso, los señores -dueños de petroleras, afines a Putin, marcas multinacionales- abusan sin reparo de sus esclavos, o, en este caso, esclavas -aspirantes a modelos, básicamente-, con un punto de exageración constante que hace que se pierda un poco el mensaje a base de repetirlo. El protagonista, Octave Parango, es un perdedor dentro de un mundo de ganadores, incapaz de disfrutar del mundo de los ganadores, porque es un mundo feo. Octave, igual que su alter ego, Beigbeder, es un esteta, y un moralista, y su única manera de disfrutar es arrasando la belleza y arrasando la moral. En cuanto se pone a pensar, la caga. El problema es que piensa todo el rato y eso le acaba arruinando la vida.
La estructura de la novela es dudosa. Yo diría que está mal construida, con un final precipitado -que, obviamente, no revelaré- y unos episodios intermedios en forma de declaraciones que apenas si aportan perspectivas al relato sino que se limitan a insistir sobre lo que ya se cuenta en primera persona. Creo, sinceramente, que Beigbeder no es un gran escritor, aunque sin duda es un gran publicista, y de vez en cuando da con el eslógan perfecto, la frase demoledora.
¿Se puede construir toda una novela sobre frases aisladas y demoledoras? Lo ha hecho en el pasado y "Socorro, perdón" no es un libro ilegible ni aburrido. Parte de unas cuantas ideas brillantes -la situación de Rusia, el mundo de las modeluquis y famosillas...- y ya digo que en ocasiones encuentras frases de las de parar de leer y volver a empezar. La pena es que, con todo eso: una buena historia, imaginación y talento, Beigbeder no haya conseguido dar una verdadera cohesión a la obra.
Dejando aparte su manía de "ponerse estupendo" todo el rato, pero, bueno a Risto Mejide y a Beigbeder hay que quererles como son o no quererles en absoluto.
En definitiva, una obra interesante, sin el ingenio de "El amor dura tres años" o la recomendable "13,99" (creo que ya van por ahí), y sin la solidez del primer Bret Easton Elllis para manejarse literariamente en fantasías de drogas y sexo, pero interesante para primerizos. Yo creo que a los lectores habituales de Beigbeder, la obra les sonará un poco a "más de lo mismo", pero conozco al menos un caso en el que no ha sido así, con lo que, bueno, lo digo siempre, quizás me esté equivocando, me equivoco con frecuencia...