El primer día que llegué a la Escuela de Letras me preguntaron qué escritores me gustaban y yo cité a tres. Luego concretaron y preguntaron por escritores que escribieran relatos. Entonces yo cité otros dos y un tercero, que era Quim Monzó. Por entonces acababa de leer tardíamente "El porqué de las cosas", poco después la recopilación "Ochenta y seis cuentos" y estaba profundamente fascinado por su capacidad de introducir lo insólito dentro de una narrativa simple, cotidiana, aparentemente anodina.
El profesor me miró con cara de desprecio y preguntó al siguiente.
Entonces, joven influenciable, pensé que la culpa era mía y que Monzó tampoco era para tanto. Un par de declaraciones suyas en los periódicos y la lectura de una recopilación de artículos bastante infumable me reafirmaron en ello. Pero, igual que quien se empeña en mandar de vez en cuando un mensaje a una ex novia que hace tiempo que le olvidó, cuando encontré "Mil cretinos" en la maravillosa librería de relatos "Tres rosas amarillas" no sólo me lo compré sino que incluso me lo acabé leyendo.
Me volvió a parecer prodigioso. Me volvió a enganchar desde la primera frase sin ningún artificio, sin ninguna trama aventuresca y delirante, sin retorcer la lengua para impresionarme y sin frases maravillosas que recordar durante meses. De hecho, a mí lo que me pasa con Monzó es que disfruto enormemente leyéndolo pero no recuerdo luego ninguno de sus relatos. Y no lo digo como algo malo.
Es cierto que la fórmula Monzó de enumeración constante, como si te estuviera hablando por teléfono, en plan "cuéntame", "bueno, pues mira, estaba el otro día..." es repetitiva, pero por alguna razón desconocida -talento, seguramente- no cansa ni aburre. Por supuesto, sus relatos son desiguales. Los hay fantásticos y los hay demasiado anodinos. Es lo que tiene la cotidianeidad, que a veces no da para tanto. El relato que comienza la colección, "El Señor Beneset" es prodigioso y da tono de tristeza y resignación al resto del libro.
David Ruiz, excelente crítico pese a su dudoso gusto futbolístico, comentaba ayer que no había leído muchos libros más tristes que este. Es cierto. El libro es horrorosamente triste. Sádicamente triste. Extravagantemente triste, en ocasiones. En los peores relatos, uno se siente tentado a decir que innecesariamente o inútilmente triste. Los personajes pasan por la vida como balas, sin saber muy bien dónde demonios van a acabar parando.
Aunque, en rigor, el libro está compuesto por 19 relatos, conviene aclarar que los primeros siete aparecen completos y los otros 12 son casi esbozos o ideas sueltas -ni siquiera microrrelatos, aunque también, a veces- que, no se sabe por qué, Monzó ha decidido publicar, quizás, para que el libro le saliera a la editorial más gordito.
En definitiva, igual que decía de Beigbeder que sus lectores podían verse defraudados por la repetición de la fórmula, en este caso, los lectores de Monzó pueden aventurarse tranquilos en esta colección, sabedores de que disfrutarán como siempre. Eso sí, absténganse los detractores. Para pasar malos ratos ya está el Atleti.