En recepción están ya Pancho y Alejandra con Rubén y Vanessa. Ellos van en coche y yo cojo un taxi. Desayunamos y recordamos. Ayer estuvimos un par de horas tomando copas en la terraza mientras crecía el frío: Dani, Rubén, Vanessa, Aroa, Bea, Lara, Marian y yo. Recordamos viejos tiempos, porque todos tenemos viejos tiempos a estas alturas y en muchos casos esos tiempos se entremezclan.
Me hace gracia cuando la gente habla de mi blog con respeto. Supongo que sí, que hay que tenerle algo de respeto, porque cualquiera que habla -o escribe- puede meter la pata. Pero no, en general, aquí se cuenta lo que se puede contar, y lo que no se puede contar, se vive, y punto.
Así que, eso, los ocho alrededor de una mesa -Dani y yo llevábamos las mismas zapatillas, completamente, Pullandbearmente identiformes- y las horas pasando, en ese momento en que las horas no pasan hacia adelante sino hacia atrás, cuánto tiempo queda para llegar a este momento, el de las ojeras y el sueño y la mochila en mano y la leche y el descafeinado. Bea y Aroa se despiden. El taxista calla durante unos veinte minutos. De repente, me doy cuenta de que estoy en Barcelona.
Vemos a Marian, vemos a Pedro Guerra, leo a Coetzee de manera compulsiva mientras mi compañero de asiento dormita o algo así -el AVE es caro pero espectacular-, Pancho y yo coincidimos en la cafetería y arreglamos el mundo en un ratillo que resulta ser una hora casi, pero cuando vuelvo todo sigue igual: el señor dormita, Coetzee espera, Madrid se anuncia insospechada, de repente, con sus carteles azules anunciando autovías...
El Estado es un sensor
-
*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
declarado el señor Víctor de Aldama ante el juez. Por ejemplo los p...
Hace 5 horas