sábado, octubre 11, 2008

La muerte de Jorg Haider


Me extraña el poco tratamiento que está teniendo en la prensa la muerte del demonio. Como todos sabemos, el demonio habita entre nosotros, sólo que va cambiando de cara y de nombre y además tiene la torpe manía de llamar constantemente la atención.

No hace tanto que Haider ocupaba todas las portadas. Era un tipo con cuernos y rabo. Su partido, de extrema derecha, iba a gobernar con el equivalente del Partido Popular austriaco. Por supuesto, aquello sirvió para pegarle unos buenos palos al Partido Popular español, entonces presidido por Aznar, y para llenar las calles de bienintencionados manifestantes alertando contra la llegada de un nuevo genocida, un nuevo Hitler.

Como suele ser habitual en Europa, todas estas protestas sociales se convirtieron en política. Europa es una empresa desastrosa, encargada sólo del marketing. Así que sancionaron al Partido Popular austriaco, incluso sancionaron a Austria y con el paso del tiempo, Haider fue desapareciendo de la política y de los medios y de las calles y resultó que, bueno, sí, era un exaltado, pero tampoco era para tanto.

Hasta llegar a esto: el tipo se muere y como si nada... Curiosamente, la noticia es la segunda más leída en el formato digital de "El Mundo", lo que quiere decir que a la gente sí le interesa. No puedes decirle a alguien que llega el IV Reich y luego comentarle de pasada: "Por cierto, que al final se ha matado". Hay una curiosidad y una trama que seguir.

Las ideas de Haider eran básicas y simplonas, pero efectivas. Un populista. Creía en la política de empleo de la Alemania nazi, lo cual, por supuesto, lo colocaba mucho más cerca de la izquierda radical que de los temidos neoliberales. Su recelo hacia los inmigrantes provocó inmediatos gritos de "racista, fascista", pero eso pasa en todos los partidos populares, no hay por qué alarmarse. No era más que un reflejo de l´esprit du temps. Haider sostuvo al gobierno en Austria en 1999-2000 (año en que la UE "recomendó vivamente" que desapareciera) y Le Pen llegó a la segunda vuelta de las Presidenciales en Francia en 2002.

Tiempos duros.

Por supuesto, ninguno de los dos tenía la menor idea de qué hacer con la inmigración. No creo que nadie en Europa tenga la menor idea de qué hacer con gente a la que se empeña en considerar como un rebaño, o, más bien, como ganado. Las masas odian a las masas y estos políticos se sirvieron de ese odio. Desde hace años, Europa vive bajo el temor de convertirse en minoría, de manera que no sabe muy bien qué hacer: ¿dejamos entrar a todos? ¿no dejamos entrar a ninguno? ¿quiénes son más peligrosos? ¿nos unimos a ellos o los combatimos? ¿si los combatimos, exactamente qué combatimos?

Por supuesto, la respuesta más fácil es "no dejamos entrar a ninguno". Lo de fuera asusta. Haider no era un nazi. Puede que fuera un iluminado y desde luego un populista, un proteccionista, un nacionalista... pues no sé, como muchos tipos que ocupan el poder en Comunidades Autónomas españolas bajo el paraguas de "la izquierda", ese ente mágico e inasible. Ahora, Haider se mata y el periódico no le da importancia alguna.

Yo creo que hace bien porque el problema persiste. Sin él y con él. La lástima es que no se hubiera dado cuenta antes.

El odio vende, pero el pánico, casi tanto o más.