El libro está en las manos de Lara y luego pasa por las de otros cinco chicos y chicas, alguna de ellas insultantemente joven, mientras yo sudo y me mareo ligeramente y me da miedo quitarme el jersey, o más que miedo, me da vergüenza: todo el mundo ahí recitando y yo peleándome con la ropa, de pie, en lo que era la primera fila hasta que un montón de gente empezó a sentarse delante. Me da vergüenza y no me lo quito y me aso de calor y está el Bremen en su casi totalidad y miro con insistencia la puerta que da a una sala pequeña en la que me gustaría perderme y mientras se descorchan botellas de vino y para cuando me quiero dar cuenta estoy en la calle.
Le digo a Aroa: "De mayor, quiero ser un escritor arrogante, he tomado esa decisión" y a Aroa le parece bien y de alguna manera extraña me siento incómodo, como si el "mundillo literario", incluso este pequeño mundillo literario de amigos, me recordara todo el rato lo que quiero ser y no soy -excepto, quizás, arrogante- y compro el libro, intento meterlo en el bolso de Aroa, luego pienso que mejor no, que mejor me lo llevo y ahí lo tengo, en mi mano, balanceándolo por la calle Fuencarral mientras tarareo algo -¿Great DJ?- y acabo llegando a la Gran Vía y saludo a Álida.
El libro está en el bolso de Álida. La Chica Portada llega tarde pero a tiempo para el concierto de L-Kan y Estéreo Total. Aunque hubiera llegado 45 minutos más tarde hubiera llegado a tiempo igual, porque es uno de esos conciertos que se programan a una hora y empiezan cuando les sale de las narices, porque es el Ocho y Medio, son indies, y a ellos vas a venirles con chorradas... Cuando uno mola, pues mola. Y punto.
El sitio me parece pequeño, muy pequeño. Mi primera vez allí. Nos colocamos junto a una columna con visión de perfil. Queremos que toque Stereo Total pero toca L-Kan. Todo es ochentero: la estética, la música, las letras, incluso la iluminación... En los peores momentos, me parece que estuviera en una película y que esa película fuera "El Calentito". Me hago mayor. Yo viví algo que debieron de ser los 80 hace demasiados años. Unos 25 o por ahí. Todo esto me pilla un poco... no sé... arrogante, quizás. Hay rimas buenas, divertidas. Los disfraces... en fin, tengo dudas. Creo que la gente tiene derecho a divertirse, pero cuando eres un grupo de música y te empeñas en distraer la atención respecto a tu propia música a base de pelucas e historias... creo que eso lo dice todo.
Poco sentido del espectáculo.
A las 12 me tengo que ir. El libro entra en el VIPS -mirada recelosa del vigilante- y luego entra en el McDonald´s y luego anda la calle San Bernardo hasta San Vicente Ferrer y entra en el Naranja y se queda en la barra mientras pido una Coca-Cola con mi hermano y mis primos y espero a que estas chicas lleguen, aunque el que llega es Fer Heads, y luego -ya sí- ellas, y le damos los regalos a Álida y la Chica Portada se pone a hojear el libro y lo acaba guardando ella, sobre sus rodillas, y estamos cansados -I´m sick and tired of always being sick and tired- y hablamos de Londres y los Killers, ya los cuatro solos y de los muchos meses que hace que no estamos los cuatro solos -aunque yo no los recuerdo, para mí el tiempo es sólo una sucesión de nombres y de colores que se suceden pero sin distancias, como si ya estuviera muriéndome y en vez del pasado, veo todos los pasados y los presentes e incluso el futuro me pilla siempre vestido y arreglado, e incluso con colonia- y a Álida no le quieren poner una caña porque cierran y el libro se va hacia arriba, por San Vicente, baja a La Palma, Dos de Mayo, calle Ruiz, Colonial.
En la puerta nos recibe Rafa y luego, dentro, encontramos a Jaime. "Mira, ha venido a hablar de su libro", bromean, cuando me ven con los poemas bajo el brazo, sin saber que no todos los libros son míos, por muy arrogante que intente ser, igual que no todos los recitales son mis recitales ni todas las ventas son mis ventas -le intenté explicar a Recaredo, creo que él entendió- y sorteo esos inconvenientes sentado en la mesa con la Chica Portada y Jaime y un chico que juega al baloncesto, y acabamos cogiendo un taxi -yo veo cómo lo cogen y me voy andando a casa- y sorteando cadáveres -o eso parecen- por la calle Churruca.
A partir del segundo piso, las piernas duelen.