martes, octubre 07, 2008

Terrorismo doméstico

Esta noticia, y luego esta. Me cuesta pensar que hay gente de mi edad haciendo esas cosas. Supongo que forma parte del Adolescente que todos tenemos dentro y la sensación de que vamos inventando la historia y los viejos problemas no nos afectan. Santurce y Alzira. Y muchos otros sitios, claro.

Hace tiempo, en un artículo para un periódico digital, abogaba por el uso de "terrorismo doméstico" para referirnos al maltrato sistemático hacia una mujer, un niño, un anciano... Me gusta mucho más que "violencia de género" o "violencia machista", porque "violencia", en mi opinión, para los casos que se tratan en los informativos, se queda corto, y porque "género" o "machista" acota demasiado el campo de acción de estos animales. Los hay que golpean a su mujer, los hay que golpean a su hijo. El asunto es la relación de poder, más que el género. Por supuesto, hay mujeres que encajan perfectamente en el grupo agresor, eso también desmonta la anterior terminología.

Pero "terrorismo doméstico" me gusta. Primero, porque el terrorismo consiste precisamente en una gradación de la violencia, en saber aplicarla. En ocasiones, en una no-violencia. Se basa en el chantaje, simplemente. Una mujer puede ser maltratada, igual que un niño, igual que una abuela, sin necesidad de recibir un solo golpe en su vida, simplemente interiorizando la amenaza de que ese golpe va a llegar en cualquier momento. Luego, la aplicación del término "doméstico" me parece muy relevante: casi todas estas agresiones se producen dentro de las relaciones familiares en un contexto tremendamente privado, de manera que, de puertas afuera, la mayoría de los amigos, demás familiares, etc. no tienen ni idea de lo que está pasando.

Es una cosa entre dos. Cazador y presa.

El problema del maltrato o del terrorismo doméstico, si me lo aceptan, es mucho más grande de lo que se quiere frivolizar. Porque parece que sólo importa cuando hay muertos. Sucede igual que con el otro gran terrorismo: sus bombas sólo cuentan si matan a alguien; si le destrozan la vida, da un poco igual. Podríamos contar el número de mujeres -de hombres, de niños, de abuelas...- cuyas vidas quedan destrozadas sin que lleguen a ser portada de periódico ni de telediario. Mucho más del que uno podría imaginar.

La tentación de pensar que, al fin y al cabo, el amor es eso: pasión, celos, posesión, disputa, caza... está ahí pero sus consecuencias son terribles. Prácticamente, en toda relación, de cualquier tipo, alguien lleva la iniciativa -y no tiene por qué ser un hombre- y alguien lo acepta o lo rechaza. La aceptación del rechazo es la clave. Igual, en toda sociedad, hay quien quiere imponerse por las bravas y quien quiere convivir sin más y acepta, o traga. Igual que creo que aceptar que la voluntad de imponerse socialmente es un universal no justifica la persecución de los disidentes, también creo que aceptar que en las relaciones hay siempre una cierta violencia, no justifica la amenaza, el acoso, el chantaje... incluso sin puñetazos ni patadas de por medio.

En definitiva, el verdadero drama de nuestra sociedad se esconde tras los 016 de turno. No lo busquen en los periódicos ni en el programa de Ana Rosa. Eso es la punta del iceberg y una forma más de buscar el espectáculo -véase la mujer aquella que va paseándose por programas de Telecinco para defender a su marido maltratador y atacar al profesor que intentó defenderla, ahora en coma a cambio de un dinero obsceno-. ¿Qué podemos hacer los demás? No lo sé. Y no es que no lo haya pensado, es que no lo sé.

Creo que el hecho de que esto nos parezca insólito, injusto, cruel y que nos hierva la sangre ya es una señal de que algo hemos avanzado. Que, al menos, nosotros, no miramos a otro lado.