Hacía tiempo que no iba a un concierto yo solo. Hay un punto de disfrute egoísta en no compartir las cosas. Cena precaria, mesa no reservada, saludos a Álex y David, ni una sola cara conocida en la sala... La sensación, de nuevo, de que no estás en un concierto por quedar bien sino porque te apetece, que no es un compromiso con un amigo sino un reconocimiento al talento.
Luis Ramiro ha montado el concierto con Andrés y Mario en plan íntimo: sofás, decoración de IKEA, un cartel de "Se vende", una televisión sintonizada en el AV... Parece ser que ha habido cancelaciones -juega España a la misma hora- pero las mesas de abajo están llenas y las de arriba, casi. Me siento y me pido una copa, acompañada con los clásicos panchitos y galletitas. Escucho "KO Boy" y "Te quiero, te odio" y un montón de canciones que me recuerdan a otra época, porque al fin y al cabo, las canciones de Luis han formado parte de muchos meses de una manera muy intensa y supongo que necesitaba recordarlo.
Luego prefiero ponerme de pie, colocarme en las escaleras. A un lado. David pasa y hablamos de Ray Loriga y del disco que están grabando con Pancho, Antonio y Jose... Todo son buenas noticias. Sale Marwan y el público aplaude a rabiar. Luis se reclina en uno de los sofás, recomienda el nuevo disco de Andrés, que presenta el martes en el propio Galileo y yo lo veo todo de perfil, como se deben ver las cosas, siguiendo el ritmo con los pies, cantando las canciones a plena voz porque nadie me oye, sonriendo a las chicas que salen del cuarto de baño (los conciertos de Luis tienen eso: hay muchas chicas), pensando que estaré bien, aunque olvidarte me cueste la vida y el reloj, dejando claro que sólo espero que no seas feliz con él (no te atrevas a llamarme cruel, no te atrevas a llamarme otra vez) y recordando, finalmente, otros Tiovivos en los que yo salía a pegar botes con la Chica Portada o con la Chica Sensata.
Nostálgico.
Como si por un momento, todos, absolutamente todos, y no sólo Luis, estuviéramos en casa.