Yo creo en el fútbol como terapia. Creo en el fútbol como elemento socializador, de pertenencia. Creo en el fútbol como una tribu de la que uno forma parte con mayor o menor distancia. Creo en la falta de medida que puede provocar tanto la euforia como el desencanto. Creo en la droga, por lo tanto.
Creo en el odio amistoso, incluso. Es decir, creo en el pique. En la actuación. En algo parecido a lo de Pepiño Blanco: "Odio tanto al Madrid que no le puedo ni ver". A mí me pasa lo mismo. Creo en la burla cuando se gana y acepto la burla cuando se pierde. De Atocha a Parla estoy leyendo "Fiebre en las gradas" de Nick Hornby.
Creo en el absurdo, en definitiva, precisamente porque es absurdo. Y moderadamente inofensivo. Alguien puede pensar lo contrario, pero si supiera lo que representa el fútbol y comparara los efectos de esa representación con los posibles efectos de lo representado ahí sabría calcular los daños. Creo en el "anti-...", de hecho, creo que si hay que ser "anti-algo" en la vida, mejor serlo en el fútbol.
Y, sin embargo, me molestan las mismas cosas de siempre: los insultos, la rabia, la ausencia de diversión -si no es divertido, no me interesa, supongo que eso me convierte en un hedonista-. Celebrar los goles como una venganza. Eso me jode. Que sean siempre los mismos además. Vivir en Madrid y ser del Madrid es un ejercicio estoico. Yo no sé cómo hay gente que lo consigue. Supongo que es posible: miras a los otros y sientes un poco de vergüenza ajena y propia y luego te alegras y punto.
En diez minutos creo que me llamaron ladrón, cabrón , hijo de puta y no sé cuántas más. Cuando era más joven, me tiraban bolas de acero desde el piso de arriba. Yo no digo que eso no pase en Barcelona. Digo que vivo en Madrid y que a mí me pasa eso. Y que desde luego, entiendo perfectamente que la gente se haga del Atleti manque pierda. Porque para ganar hay que ser una persona muy educada y no todo el mundo está preparado.
Pablo Ager, quizás. David, supongo.