Los que no hemos vivido una guerra no alcanzamos a entender la importancia del día a día. Lo que se nos da son resúmenes groseros: películas de dos horas, documentales de 50 minutos, libros sobre batallas y tácticas y estrategias... pero la importancia de un día, de dos días... los pequeños detalles se obvian.
De ahí la importancia de Ana Frank, la niña que empezó a escribir su diario el día que cumplió 13 años en su cómoda casa del centro de Amsterdam y que lo acabó dos años después, escondida en una "casa" habilitada en medio de un complejo industrial y sin nada que comer más que patatas podridas.
No se puede esperar demasiado del libro literariamente hablando. Lo escribió una chica de 13 años, 15, en sus últimas páginas. Cae demasiado en sensiblerías y autocompasiones completamente ajenas al transcurrir de la guerra. Efectivamente, Ana Frank era una adolescente y escribe como una adolescente.
Lo que sorprende es su capacidad para analizar la cotidianeidad y para insertar la guerra y la persecución nazi dentro de esa cotidianeidad. La importancia, decíamos, de los días, de las horas: por ejemplo, la euforia con la que está recogida la noticia del desembarco de Normandía, en las voces de Churchill y Eisenhower saliendo por una anecdótica radio que la familia Frank había escondido con ellos.
La tristeza con la que se recoge la entrada triunfal de los nazis en Roma, devolviendo a Mussolini al puesto que los propios italianos le habían arrebatado.
A Ana Frank le sobraron días. Muy pocos días. La vida o la muerte, en la guerra, se decide por cuestión de horas. Su familia fue delatada y detenida, después de más de dos años de encierro, cuando aún quedaban casi diez meses para la liberación de Holanda, el 5 de mayo de 1945. Les separaron y fueron enviados a distintos campos de concentración. Todos murieron salvo Otto Frank, el padre.
Ana y Margot, su hermana mayor, pasaron por Auschwitz y fueron trasladadas a Bergen-Belsen, el campo de la muerte, donde el tifus acabó primero con Margot y a principios de marzo con Ana. El campo fue liberado el 12 de abril, apenas un mes después.