lunes, enero 21, 2008

El bastón del anciano

Me surgen ideas para personajes. Hay personajes por todos lados, por ejemplo, una dependienta del Work Center. Las dependientas del Work Center me parecen ideales para relatos norteamericanos: esta en cuestión vivía sola, quizás con alguna hermana, y acababa de conocer a un chico que, probablemente, fuera a recogerla cuando acabara su turno como sorpresa.

Uno de mis viejos propósitos es hacer otra serie de relatos de Madrid pero hilada a base de franquicias. Así cada capítulo se llamaría "Zara", "Workcenter", "McDonald´s"... y así sucesivamente.

Paseo por María de Molina y llego a José Abascal. A mi lado se para un coche del Cobrador del Frac. Sigue existiendo, el cobrador del frac. Curioso. Empiezo a serpentear por el barrio de Chamberí, me encuentro con mi primo -aunque no le reconozco- y llego al Registro Territorial de la Propiedad Intelectual.

El vigilante de seguridad está sordo, me dice la funcionaria. Por eso grita. Es un tipo amable, por lo demás, pero efectivamente, grita tanto cuando habla que yo no soy capaz de hacerme entender, con mi vocecilla susurrando "...Velázquez...". A partir de hoy soy administrativamente un dramaturgo. He registrado mi primera obra de teatro. Se llama "El bastón del anciano", aunque debería haberle echado huevos y haberlo dejado en "El bastón del viejuno".

La historia es la siguiente: un anciano olvidado del mundo, perdido en los montes gallegos, fallece en medio de un incendio voraz. La gente piensa que es una especie de héroe, porque prefirió morir a abandonar su casa y sus tierras. Mentira. De hecho, el anciano -un resentido- era el que provocaba los fuegos con su bastón lanzallamas. Sí, sí, he metido un bastón lanzallamas en una obra de teatro, creo que es una primicia. El viejo no tiene familia, sólo una nieta, que es la que va al pueblo a recibir los honores.

La nieta se convierte a su vez en una heroína, todo el mundo la adora, especialmente el jefe de bomberos, que se enamora de ella. Obviamente, se casan. Él va prosperando y la olvida. Ella enloquece. Se busca un amante, pero el amante le sale rana. Es otro vividor. En el pueblo se ríen de ella. Todo el mundo la desprecia. Igual que le pasaba a su abuelo. Así que vuelve a la casa familiar y rescata el bastón del olvido.

Lógicamente, los fuegos vuelven.

Bien, pues todo eso se prolonga 128 páginas de Word y hay al menos una persona que lo ha leído: Inés Thiebaut. De hecho, todo es un encargo suyo para hacer después una ópera en Chicago. Dios mío, un bastón lanzallamas en una ópera. Yo eso quiero verlo.

La funcionaria no sabe nada de todo esto ni lo sabrá nunca, así que tampoco se esfuerza en impedirlo. Lo sella todo, me sonríe y me dice adiós.