La última vez que estuve en Valmont no era estrictamente una sala de conciertos, sino una especie de discoteca de bailes de salón en la que, los domingos, un grupito tocaba samba y aquello se llenaba de brasileños -entre ellos, Ronaldo, lesionado, apoyado contra una pared con sus muletas-. Un año y medio después, sigue teniendo un aire decadente. No a lo Rincón del Arte Nuevo, sino más bien a lo Florida Park.
No casa bien con lo indie. A la hora se les agotan las cervezas.
Marta me saluda con su efusividad habitual, una efusividad que no pierde con los años ni los compromisos: "¡Cuánto tiempo, Gui!" y yo le hablo de la pasada presentación, pero ella matiza: "Que no vienes a vernos". Y es verdad. Mi último concierto de
Molim fue en la sala Taboo, a principios de 2006, quizás finales de 2005, no me acuerdo bien. Dos años, en cualquier caso. Por entonces, versioneaban "Qué nos va a pasar" y cantaban una canción con letra mía. La única letra que he conseguido colocar a alguien y que decía: "All I am saying is give me a chance" y que, en su momento, estuvo dedicada a Marta.
Porque groupies somos todos.
Ahora ya no cantan canciones mías porque cuando uno tiene cosas propias que decir es absurdo decir las de los demás, ni siquiera versionean a La Buena Vida, aunque LBV esté ahí, latente, todo el rato. Han conseguido equilibrar los sonidos. Reducir. Un teclado, un bajo, una guitarra y una batería. Todos se oyen perfectamente. Incluso a Marta se la oye mucho mejor que antes, a todo se acostumbra uno.
El concierto empieza demasiado tarde y yo me tengo que ir, pero me voy con la maqueta guardada en el abrigo, por si acaso. Y esperando que no pasen dos años hasta que vuelva, porque, con toda la razón del mundo, la Chica Estrella del Pop no me lo perdonaría.