"Taking Woodstock" es una película del multipremiado Ang Lee que nos descubre cosas realmente novedosas sobre la vida y el festival que tuvo lugar cerca de Nueva York en 1969. Por ejemplo:
- Que el amor tiene que ser libre y la desnudez es una cosa hermosa.
- Que el dinero no importa cuando se tiene la felicidad.
- Que ser joven es completamente maravilloso y nadie debería poner límites a la espontaneidad y libertad de esos jóvenes.
- Que la guerra de Vietnam era tan, tan mala.
- Que estar en Woodstock -que no era Woodstock era otro sitio, pero bueno- era estar en el centro del universo. Qué flipe, tío.
- Que es divertidísimo tomarse un ácido, ¿sabes? Empiezas a ver las cosas moverse, como si estuvieran vivas, y todo gira alrededor y te abre nuevos mundos.
- Que tus padres están divertidísimos cuando se toman una tarta de hachís. ¡Con lo carcas que parecían! Jajaja, menos mal que mi amigo travesti encargado de la seguridad les dio cuatro pastelitos ricos. Todavía se están riendo.
- Que, por cierto, descubrir la homosexualidad, gritarla a los cuatro vientos, puede escandalizar a la gente, pero ahí todos te entendían. Mejor que en el Oeste, al menos.
- Que llovió, sí, pero la gente era tan feliz, ¿sabes, tío? Taaaan feliz. Todos ahí con sus furgonetas, rebozándose por el lodo. Lo pasaron taaaaaan bien. Y tocaba Janis Joplin. Y Jimi Hendrix.
- Que hasta los policías se quedaron flipando, porque ellos pensaban que tendrían que ir a poner orden y ya estaba todo en orden, todo fluía, tíos, fluía, porque la gente en realidad no es mala, en realidad es muy buena y basta con dejarles en libertad para que todo ese bien salga afuera.
Ahora bien, si todo esto ya lo sabían o lo intuían por las doscientas cincuenta películas y documentales que han visto sobre el verano de 1969, mejor se ahorran la película, que está muy bien hecha, desde luego, pero que es la mayor repetición de tópicos que he visto nunca. Me sentía como Ned Flanders en la sala, a punto de gritar en cualquier momento: "¡Odio a mis padres, esos beatniks!".
Y a lo mejor el problema es solo eso, que no nos gusta que los demás nos cuenten lo bien que se lo pasaron cuando nosotros no habíamos ni nacido. Y que nos lo cuenten una vez tras otra tampoco alivia la cosa, incluso cuando parecía que la tormenta de nostalgia había pasado...