El tren sale media hora tarde. Por supuesto, nadie da ninguna explicación, solo una chica empieza a hablar por megafonía interna para decir que no saben cuándo van a poder arreglar no sé qué avería y que tengamos paciencia... justo en el momento en el que el tren arranca e inmediatamente otra chica, presumiblemente compañera suya, se lanza al vagón con un montón de auriculares.
El viaje no va mal. Más rápido que antes, desde luego, sin mil paradas. Cuando pides agua, te miran con cierta desgana, como si fueras un incordio, pero por lo demás va bien. Escucho el iPod y leo mi libro sobre España escrito por un corresponsal británico, que coincide conmigo en que los niños aquí son los amos y señores y cita como autoridad a mi psiquiatra.
Eso hasta un punto en el que la misma voz del principio anuncia que por una incidencia en la vía ferroviaria tendremos que bajarnos todos en Miranda de Ebro y ahí coger autobuses. A partir de ese momento, no vuelve a aparecer ninguna azafata ni revisor y queda a nuestra discreción y experiencia saber cuánto queda hasta Miranda de Ebro y por tanto ir recogiendo las cosas o no.
El tren se para.
Luego arranca.
Cuando por fin llega a Miranda de Ebro -parada convenientemente anunciada un minuto antes-, se nos insiste en que tenemos que bajar y montar en autobuses. Todos nos ponemos de pie y vamos hacia la salida. Detrás de mí se reúne la tripulación y alguien comenta: "¿No deberíamos indicarles algo más?" pero no escucho la respuesta. El caso es que desaparecen de nuevo y ahí estamos todos nosotros, los que van a Tolosa, los que van a Vitoria, los que van a Bilbao, a San Sebastián, a Irún, a Hendaya... cada uno con su maleta y su mochila sin saber qué autobús es el suyo, solo un hombre de RENFE medio escondido dando instrucciones algo confusas y el consiguiente subir y bajar de gente de los autobuses incluso cuando ya han dejado la bolsa en el maletero.
Una vez subido al autobús correcto -ventajas de seguir a la gente indicada-, resulta que es de noche y llueve y nos parece a todos que el conductor va muy deprisa. A la media hora empieza a oler a quemado, especialmente de atrás. A goma quemada. Uno de los pasajeros avisa al conductor: "Huele mucho a goma quemada ahí atrás", pero el conductor le tranquiliza: "Eso son los frenos". Muy bien, vamos en un autobús a toda leche hacia San Sebastián en medio de una tormenta con los frenos quemados. Todo para llegar relativamente a tiempo y que no haya protestas.
Cuando dejamos atrás Tolosa, otro pasajero se queja: "¿Pero no había parada aquí? Me dijeron que había parada aquí". Pues no, no hay parada. Solo en San Sebastián, estación de RENFE, cara de mala leche de todo el mundo. Uno se acostumbra demasiado rápido a otros países, otros modales. Cruzo el Urumea por el puente de siempre y lo primero que aparece es la catedral iluminada, el Kursaal a lo lejos ya con el logotipo de 2009 serigrafiado.
Llego a la calle Fuenterrabía y paso por Urbieta y paro en un bar a tomar algo y ver a España destrozar a Francia y cuando por fin llego a la pensión Añorga, todo parcialmente olvidado, solo la promesa de que si reúno fuerzas para bajar a la calle, en 100 metros estaré en La Concha, no consigo quitarme la palabra "jo" de la boca.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
declarado el señor Víctor de Aldama ante el juez. Por ejemplo los p...
Hace 10 horas