Apoteosis del cine español
en el Festival de San Sebastián
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Guillermo Ortiz López
No es que yo crea en el cine como un deporte olímpico más y me ponga a contar las medallas que vamos acumulando en los distintos festivales. El cine, en rigor, no tiene nacionalidad y las películas deberían juzgarse por su talento y no por su productora. Sin embargo, en plena crisis del sector —crisis comercial, o lo que es lo mismo, ausencia de espectadores y ausencia de inversores—, se agradece que hasta tres películas españolas casi copen el palmarés de la sección oficial del Festival de San Sebastián 2009.
Es cierto que el Zinemaldi tiene cierta tendencia a premiar lo patrio. Es algo así como el Premio Príncipe de Asturias: no es que el que lo gane no lo merezca pero curiosamente se lo suele llevar siempre alguien de la casa. Normalmente, los premios caían en manos de los actores. En San Sebastián se han anunciado muchísimos premios Goya del año siguiente, una especie de carta de presentación que rara vez falla.
Este año, sin embargo, el éxito ha sido casi total. De acuerdo, el gran premio, la Concha de Oro se ha ido a China gracias a City of life and death, de Lu Chuan, una crítica al régimen comunista y su represión constante, con Tiananmén como telón de fondo, pero el resto del palmarés reconoce el mérito de producciones españolas. Así, Los condenados, de Isaki Lacuesta se ha llevado el premio FIPRESCI de la crítica, siempre exigente; Javier Rebollo ha ganado la Concha de Plata a mejor director por La mujer sin piano y los actores protagonistas de Yo, también, Lola Dueñas y Pablo Pineda, han recibido sendos galardones por sus interpretaciones.
¿Qué importancia tienen esos premios luego en la taquilla? La tentación es decir «ninguna», pero eso no sería exacto. Por los distintos festivales de cine del país —y no son pocos— pasan cada año decenas de producciones españolas y extranjeras. No todas se estrenan. La gran mayoría, de hecho, o pasan directamente a DVD o acaban llegando a cines con meses de retraso. Por ejemplo, este verano se ha estrenado en España, Frozen river, una de las grandes estrellas de la edición de San Sebastián 2008.
Si bien es cierto que el premio o el reconocimiento de la selección en San Sebastián no es un pasaporte directo al estreno sí que supone un empujón considerable. Puede que La mujer sin piano, con Carmen Machi de protagonista, tuviera la distribución asegurada y un buen número de espectadores, pero no se puede decir lo mismo de Yo, también ni de Los condenados, que gracias a San Sebastián pueden llegar al público, a los críticos, a los distribuidores y ese largo etcétera que le separa a usted de la composición de la cartelera del periódico.
Normalmente, un premio en San Sebastián supone una nominación en los Goya y todo eso junto hace muy difícil que la película no tenga al menos algo de vida en los cines. ¿Competirá con Transformers 3? No parece probable. Pero existirá.
En el fondo, todo esto es un juego de supervivencia. Por ejemplo, Brad Pitt y Quentin Tarantino. Si San Sebastián se moviera sólo por orgullo no proyectaría una película que ya ha sido estrenada en su país y que fue presentada a concurso en otro festival… hace cuatro meses. Sin embargo, el orgullo no llena portadas de periódicos ni informativos de todo el mundo ni aporta prestigio. Brad Pitt y Quentin Tarantino, sí. Ang Lee, también.
Lo de Pitt en Donosti fue una auténtica locura, pero tampoco se crean que superó a lo de Miguel Ángel Silvestre el año pasado. La diferencia es la difusión y la difusión cuenta mucho. Cuando hay publicidad, hay ingresos, cuando hay ingresos se puede apostar por películas desconocidas y cuando San Sebastián apuesta por esa película, los demás empiezan a ver un caballo ganador.
Esa es la maquinaria.
Casi es una cuestión de marca. Imagínense: un domingo por la mañana estrenan una película alemana de un director desconocido, con actores que no ha oído nombrar nunca y que trata de los problemas de una funcionaria alcohólica que se encuentra con un pirado que tiene una relación extraña con una prostituta asiática de 12 años. ¿Cuánta gente puede ir a ver eso? Es más: si se estrenara así, sin más, ¿cuánta gente iría a verla la primera semana, el primer mes?
Pues bien, el Kursaal estaba lleno para ver This is love y eso supone unas 750 personas a las doce de la mañana, esperando que se apaguen las luces con una fe casi religiosa en su Festival. Las entradas de los pases de noche se agotan, las de los ciclos menores apenas duran en taquilla y así, durante ocho días, toda la ciudad se vuelca con las películas no sólo por los nombres que hay en ellas sino por el nombre que las sobrevuela: el Zinemaldi.
Y si para tenerles contentos hace falta pre-estrenar 2012 a mí me parece perfecto que se haga. Porque es necesario. Sin una cosa no hay la otra.