Me encuentro a Tirma Ayerbe a la salida del Gure Txoko y nos ponemos al día sobre premios y fiestas. Por mi parte, nada. Por su parte, algo, pero poco. El año pasado, Tirma, Mar, Ceci, Octavio, Anne, Dani, Ángel y un largo etcétera montamos una buena por San Sebastián. Pero buena de verdad. Una de "todas las noches se sale" y de colarnos en todas las fiestas a las que no estábamos invitados. Un equipo. Fer Cabezas estaría tan orgulloso de nosotros.
Sin embargo, este año... solo tres días, solo cinco películas, ni un paseo por el Bataplán, siempre recogido a las doce y media en la pensión. Eso es lo que queda de mí, señores; es lo que queda de mí, Tirma.
Ayer estuvmos a punto, y sin embargo... pequeña euforia de sábado tarde-noche, tras las victorias de España en las semifinales del Europeo y del Barcelona contra el Atleti. Tanta euforia como para plantearse no dormir -ya dormiré, ya dormiré...- e irme a la fiesta de Fernando Trueba, pero hasta la una y media la entrañable Lara, de Manga Films, no me pudo confirmar que tenía invitación. A la una y media, yo estaba durmiendo. San Sebastián seguía y yo no estaba ahí.
Es una sensación terrible, si les digo la verdad: la de que todo esto sigue, la máquina de devorar críticos y actores y productores y guionistas y jóvenes directores y aficionados... y yo no voy a estar. Que lo voy a ver por la tele. Voy a ver a las chicas guapas anunciando películas desde el Kursaal mientras en Zurriola hace sol. Voy a ver la alfombra roja y las niñas gritando y detrás de las niñas los carteles anunciando todos los estrenos.
Voy a imaginar lo que no he hecho: imaginar las fiestas a las que no he ido, imaginar que sí, que he visto a Mar, que Emiliano me ha conseguido entrada, que estuve de cañeo con Cobeaga, que volví a ver a Manuela Vellés un año después, que me pasé diez días pegado al móvil recogiendo teléfonos de jurados jóvenes.
Voy a imaginar lo que he visto, también: para entender San Sebastián, es decir, para entender lo que se ve desde fuera: Brad Pitt y Quentin Tarantino, etc. hay que entender cosas como que estrenen una película alemana, en versión original, un domingo a las doce de la mañana, director desconocido, actores desconocidos, título ya sobado -"This is love"- y en el Kursaal haya unas 1000-1500 personas viéndola y todo el mundo aplauda al final.
Eso, amigos, es fe.
Ahora piensen que esa misma película la estrenan sin el aval del Zinemaldi. ¿Quién iría a verla? Nadie. El Festival aquí es un acto religioso, eso es lo que es. Para conseguir los fieles, a veces hay que pasear santos, pero no importa si el resultado es este: un alemán presenta su película -una buena película, además, o al menos pasable- y 1500 vascos se lanzan a verla justo después de ir a misa.
En una hora sale mi tren. Quizás en siete seamos campeones de Europa.