jueves, abril 09, 2009

Stieg Larsson-Millenium


El siguiente reportaje está publicado originalmente en la página de la revista Notodo.com. Les ruego visiten este enlace para comprobarlo y ver que no soy un mentiroso...

Sí, claro que sabes quién es Stieg Larsson. Es el autor de los dos libros que lleva todo el mundo en el metro o en el autobús o en la consulta del dentista. Sí, uno de esos libros negros, enormes, con una chica de rojo en portada asumiendo distintas posturas. ¿Literatura de consumo? Desde luego, a los hechos nos remitimos: Larsson fue en 2008 el segundo escritor más vendido del mundo, según datos oficiosos. ¿Buena literatura? También. Larsson desmonta el mito de que un “best seller” no puede estar bien escrito. Al contrario, los dos libros hasta ahora publicados de la serie “Millenium” están llenos de páginas brillantes, tramas complejas y personajes enrevesados y bien dispuestos.

También hay trucos, claro. Muy cinematográficos, de hecho. La comparación con Hitchcock puede parecer tópica, pero ahí está, imposible de esquivar.

El “caso Larsson” es realmente apasionante. Forma parte de ese grupo de creadores “malditos” que no tuvieron ningún éxito en vida y arrasaron después de su muerte. Larsson, periodista sueco de limitada importancia, murió en 2004 a los 50 años de un ataque al corazón. En aquel momento, no había publicado ninguna de sus tres novelas. No vamos a decir que muriera en la indigencia porque, al igual que el protagonista de su obra, Mikael “Kalle” Blomqvist, Larsson colaboraba en diversos medios de comunicación y llegó a dirigir alguno de ellos. Su faceta como escritor, sin embargo, era completamente desconocida.

Aunque es probable que a partir de ahora empiecen a surgir los relatos inéditos o incluso amagos de novela guardados en algún cajón o alguna carpeta de Windows XP, se puede decir que tanto “Los hombres que no amaban a las mujeres” como “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” son sus primeras obras de ficción. 1400 páginas, para empezar. Casi nada.

No hay indicios en los libros de que Larsson presupusiera que aquello iba a ser un éxito. Ninguno. Uno empieza por el principio, por “Los hombres que…” y se pierde entre nombres de familias suecas, referencias locales y ciudades impronunciables con letras sumamente improbables. Ninguna facilidad. Da la sensación de que Larsson se dirige a un lector cien por cien sueco, que conoce la sociedad del país, su historia reciente, su geografía, su política –él mismo fue un moderado activista trostkista durante finales de los 70 y principios de los 80, impactado sin duda por el asesinato del socialdemócrata Olof Palme en 1986, algo así como el final del “sueño sueco”, fuera eso lo que fuera.

Pero la obra ha funcionado. Por encima de todas las expectativas razonables.

Empecemos por los títulos. Hay algo extraño con los títulos, especialmente en España. Algo extraño pero brillante por parte de la Editorial Destino. “Los hombres que no amaban a las mujeres” es mucho mejor que “Los hombres que odiaban a las mujeres”, como dice el original sueco; “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” suena mucho más sugerente –aunque quizás menos sutil- que “La chica que jugaba con fuego” que puso Larsson como título.

Es decir, hay marketing detrás del producto y retoques. Eso lo suponíamos. No pasa nada.

Hasta aquí el autor, su muerte, su comercialización y su éxito, pero ¿qué hay de los libros? La serie “Millenium” –de la que aún queda un tercer ejemplar, anunciado como “La reina en el palacio de las corrientes de aire”, y aquí sí que han pinchado en hueso con el título, todo hay que decirlo- toma su nombre de la revista donde trabaja el protagonista de las distintas historias, Mikael Blomqvist, una especie de alter ego de Larsson: periodista incisivo, comprometido política y socialmente, que no duda en pagar cualquier precio por que la verdad salga a la luz. El periodista ejemplar, vamos. El periodista que no existe.

A partir de Blomqvist y su disputa judicial con el millonario Wennerström, empiezan a surgir diversas subtramas: el patriarca de una adinerada familia de Laponia con serios problemas funcionales contrata a Blomqvist para esclarecer la desaparición cuarenta años atrás de un familiar querido y ahí se precipita una cascada de deducciones, investigaciones, romances, tiroteos… que le dejan a uno pegado al libro.

A veces, Larsson utiliza trucos baratos, pero los trucos baratos son los que mejor funcionan. Su gusto por acabar los capítulos con frases del estilo “Y entonces vio algo que no iba a olvidar nunca”, para pasar a otra cosa y mantener la tensión en el lector, termina cansando, la verdad. Como si el juego se le hubiera ido de las manos, y es que, ya decimos, no hay nada en el libro que invite a pensar que el periodista sueco pretendiera que esto fuera mucho más que un juego, una manera de pasar el mejor rato de su vida coleccionando páginas en su Mac (cualquiera que haya leído las novelas tiene que imaginarse necesariamente a Larsson con un Mac, lo contrario es impensable).

Algunas soluciones son disparatadas, por supuesto. Como le sucedía a Hitchcock, ya decimos. Asesinos que cometen demasiados errores impropios e información que aparece un poco de la nada, en el momento preciso en que la historia necesita avanzar.

Le perdonamos.

Le perdonamos por muchas razones: por el buen rato que uno pasa leyendo el libro, por su prosa fácil, nada enrevesada, fluida y sin demasiados efectos pretenciosos… y sobre todo por la creación de un personaje que está llamado a pasar a la historia de la literatura de masas del siglo XXI: la impresionante Lisbeth Salander.

Hasta ahora habíamos hablado de Larsson y de su alter ego, Blomqvist, de sus investigaciones periodísticas y sus conflictos amorosos. Bien, olvidad todo eso. La serie “Millenium” es el desarrollo del personaje de Lisbeth Salander, y después de 1400 páginas, lo mejor que podemos decir de ella es que sigue siendo indefinible y estremecedoramente atractiva.

Salander es una joven de 25 años, con una infancia más que complicada, con un carácter más que difícil y un sentido de la moral y la legalidad más que dudoso. Lo bueno es lo que ella considera que es bueno y su instinto en ese sentido es cegador. Hará cualquier cosa por una buena causa. Cualquiera.

Pese a su fragilidad física -se la describe varias veces como una piltrafilla de 1,50, poco más de 40 kilos, llena de piercings y tatuajes, una especie de niña crecida a base de caer e incorporarse- y sus problemas con la Justicia sueca –sigue bajo administración legal, pese a ser mayor de edad, por su mencionada dificultad para ser mínimamente social y sentir algo llamado “empatía”-, Salander es implacable a la hora de investigar, sacar conclusiones y tomar decisiones.

Es una chica de acción.

El estupor que siente Blomqvist cuando se la encuentra por primera vez, la idolatría que todos los personajes acaban sintiendo por ella y por su inteligencia en la segunda parte de la trilogía reflejan a la perfección el sentimiento que cualquier lector tiene cuando lee sus aventuras. La anti-Peter Pan. La niña que siempre quiso crecer y dejar atrás la infancia cuanto antes.

Salander es el eje de ambos libros y suponemos que lo será del tercero, por encima de los Blomqvist, Berger, Wennerström, la familia Vanger al completo y una buena cantidad de policías bien y mal intencionados, pero en general, incapaces.

Cabe cierta duda sobre cómo envejecerá el libro. Hay mucha tecnología en sus páginas. Internet. Cortafuegos. Hackers. Equipos de seguridad, claves, contraseñas, protocolos IP, iBooks, Macs… Detalladas descripciones de modelos, casi sacadas de un catálogo de MediaMarkt. Suponemos que eso, que ahora suena completamente innovador y da un punto extra al libro, en pocos años, lo hará algo desfasado.

Hay una regla que dice que hay que basar una historia en datos “perecederos”, es decir, información que con los años y fuera de contexto ningún lector va a entender. No todo el mundo está de acuerdo, claro. A veces, los datos fuera de contexto ayudan a entender el contexto. Invitan a pensar y eso no es del todo malo.

“Millenium” es un torrente que te lleva y sólo puedes dejarte llevar. Aceptarlo todo. Es lo más inteligente. Que los malos sean sorprendentemente torpes y que los buenos estén siempre en el lugar adecuado en el momento adecuado. Lo aceptas, sin más. Para poder seguir leyendo. Para llegar a la siguiente estación de metro o la siguiente parada del autobús o poder acostarte más tarde y pensando en otra cosa que no seas tú.

Si eso, en parte, no es literatura, que baje Bolaño y lo vea.