Anoche había una fiesta enorme en el segundo piso del Hotel Larios. Una de esas fiestas fardonas con las ventanas abiertas para que todo el mundo intuya pero nadie vea del todo. Música alta y muchas conversaciones. No sé si era del Festival, supongo que sí. Yo no tenía invitación, pero eso no era un gran problema. El problema es que no tenía pie. El izquierdo, en concreto. Lo he perdido de la manera más tonta y aquí estoy cojeando de un lado para otro y especialmente a la una de la mañana, después de haberme ido andando -sólo se me ocurre a mí-a los cines de la estación a ver "Agallas", con Hugo Silva y haber vuelto en taxi pero aun así haberme dado un paseíto por las inmediaciones del Cervantes, por si...
Por si nada. Todo el mundo en la gala y se conoce que luego en la fiesta.
Así que para cuando llegué ahí, a la calle Larios, por la alfombra roja que recorre Málaga estos días, no tenía ganas de nada, sólo de tomarme las patatas fritas sin sal que un amable kebabista me había puesto unos minutos antes. Era mi noche de dormir, además. En los festivales uno tiene que elegir muy bien cuáles son sus "noches de dormir" porque no es algo que abunde y el cuerpo se venga de la manera más tonto. Mucho más un cuerpo especialmente tonto como el mío.
"Agallas". Curioso producto. Hugo Silva, de la manera más disparatada se convierte en mano derecha de un capo del narcotráfico de la Costa da Morte, Carmelo Gómez. Es todo un disparate, en realidad. Todo salvo Carmelo Gómez, como suele ser habitual. Silva lo intenta, pero no sé muy bien qué le pedían. Se pasa la mitad de la película chuleando y la otra mitad suplicando. Su personaje, quiero decir. Uno intenta que le tomen en serio como actor y se encuentra con cosas así y supongo que se le quitan las ganas.
Decía David Planell que en España los actores están muy por encima de los proyectos y probablemente tenga razón.
El final es un nuevo disparate con ese ansia tan contemporáneo del "giro final". Odio los giros finales. El giro final es cuestión de genios. Dejémoselos a ellos. Un buen giro final es lo que hace de una historia normal, una enorme historia, de acuerdo. Pero un giro final torpe lo arruina todo. Y cuatro giros finales en quince minutos, agota a cualquiera.
Aunque "Agallas" no es tan mala si se la compara a "The Frost", pase matutino en el Teatro Cervantes con El Follonero vacilando a Álex de la Iglesia y Lucía Etxebarría.
"The Frost" está muy bien hecha técnicamente, un enorme trabajo de localización y fotografía, unos planos preciosos, pero una historia pretenciosa, dramática, exagerada, truculenta sin motivo aparente... de las de pasarse bufando después de cada frase. Tristán Ulloa está perdido, Aitana Sánchez-Gijón se defiende gracias a su perfecto inglés, los actores noruegos se mantienen en una combinación de hieratismo y exageración de película de Lars Von Trier.
Vamos, que tiene todas las papeletas para ganar. Que Álex de la Iglesia nos salve.
Estoy en un cíber, me voy a comer. Igual mañana voy a Madrid e igual, no. El problema es que no puedo dejar de pensarlo: ¿Estoy aquí o estoy allí? ¿Qué me dará tiempo a hacer? ¿Cuándo podré volver? ¿Hasta qué punto realmente puedo dar "un paseo" con sólo un pie?