La Chica Diploma lee mi libro mientras yo leo el de David Remnick. Por un momento, fantaseamos con ver un especial de La 2 sobre "caza-nazis", centrado en los científicos de cohetes que preparaban el V-2. A ella le gustan más los experimentos médicos porque ella, al fin y al cabo, es sanitaria. A mí me interesa más la realidad, esos vídeos que de vez en cuando aparecen en los documentales de "Apocalipsis" y en los que un Adolf Hitler coloreado pasea con sus perros acompañado por Eva Braun y Goebbels.
La mediocridad del horror, eso es lo que me fascina. La mediocre y rutinaria maquinaria del horror.
Es noche cerrada en un pueblo de la Sierra de Guadalajara. No hace frío. Soy tan paleto que no sabía que Guadalajara hacía frontera con Soria. En lo que a mí respecta, eso es trampa. Si Guadalajara está en Castilla La Mancha debería estar al sur; su empeño en estar al noreste me crispa y llevo mi tensión por todos sus bosques, malhumorado, pegando patadas a piedras y sorteando charcos. La Chica Diploma me trata como se trata a un urbanita y eso en ocasiones me molesta pero al cabo tengo que asentir y bajarme los humos: soy un urbanita. Todo lo relativo al campo me es ajeno. Mi idea del paraíso rural es algo parecido a un churrasco o un entrecot en un restaurante con chimenea. Lo demás me parecen exageraciones innecesarias, todo esa exhibición de cascadas y tejados de pizarra negra...
Volvamos a la habitación de la casa rural. El salón, más bien. Volvamos al salón: el chico urbanita y la chica diploma tumbados en un sofá mientras los misiles estallan en el televisor. En mi libro, Yanayev se emborracha y junto a Yanayev medio poliburó del tardo-gorbachovismo. En su libro, el que se emborracha soy yo, y me resulta una sensación rara, como si no supiera exactamente dónde estoy: leyendo en el sofá, leído a escasos centímetros o escribiendo hace seis años, el pasado convertido en hoy: excusas vagas, explicaciones perezosas...
Me empeño en hablar de 2007, en cambio. Explicar por qué reconozco canciones de Arcade Fire incluso en sintonías perdidas a lo lejos, explicar que mientras el mundo se venía abajo nosotros bailábamos esas canciones y notábamos el suelo temblar al ritmo de los pies de la cantante de The Gossip.
Yo tendría que haber escrito un libro sobre 2007 y solo se me ocurrió escribír un libro sobre 2005 y 2006. Mi torpeza habitual. Yo tendría que haber escrito un libro sobre alguien que no fuera yo, algo más modesto, menos egomaníaco, que se entendiera y que no dependiera de mis estados de ánimo. Algo sobre francotiradores y soñadores, otro tipo de estética más allá de la barra del bar y el Jotabé con Coca-Cola, todo tan Kronen a años vista.
No importa, pienso. No importa y sigo con Remnick. Si no lo escribo yo, lo escribirá otro, eso es lo bueno de la literatura. Si no publico yo, otro publicará algo mejor. Nada es crucial. Las dos frases en las que se resume la relación entre la Chica Diploma y yo, o al menos sus inicios, son "quiero verte porque quiero verte" y "nada es crucial". A mí, saber que nada es crucial me tranquiliza mucho, especialmente si lo oigo en labios de Pablo Gutiérrez. Especialmente, insisto, desde que lo oí en los labios de Pablo Gutiérrez.
A las niñas les llueven nominaciones a los Goya. Los días son una especie de otoño que yo confundo con la primavera. Las carreteras no es que se pierdan, es que se esconden, que es algo bien distinto.