Comentaba la pasada semana que la histeria arbitral
probablemente no dejaría ver el horroroso partido que había jugado el Barcelona
ante el Espanyol. En parte fue así y en parte analistas como Martí Perarnau sí
que dejaron claro lo que faltó en Cornellá y volvió a faltar este domingo ante
el Betis: orden. Por muchas veces que lo repitamos, no serán suficientes: el
Barcelona de Guardiola se asienta en el talento y en la combinación con balón,
de acuerdo, pero lo que le ha hecho dos veces campeón de Europa y del mundo es
precisamente ese orden que ahora falta: la recuperación instantánea, la
distribución de los esfuerzos.
Sin ese orden, el Barcelona de Guardiola no se diferencia
mucho del de Rijkaard o el de Van Gaal o el del mismísimo Cruyff: partidos de
ida y vuelta, enloquecidos, de un fútbol ofensivo que se agradece pero en los
que el aficionado culé vive al borde del infarto entre contraataque y
contraataque. ¿Por qué se ha perdido momentáneamente ese orden? Quizá no haya
que buscar demasiadas razones y sea todo una cuestión de estadística: es
imposible jugar a la perfección cuatro años seguidos. Bien, sí, pero a la
perfección, no.
Y para ganar una liga a este Real Madrid hay que ser perfecto, esto
es así.
Empezó el partido con aires de fiesta en el Camp Nou. Los
tempraneros goles de Xavi y Messi invitaban a la rendición verdiblanca. Al fin
y al cabo, nadie había marcado en toda la temporada liguera en el estadio
azulgrana, ¿cómo imaginar que un equipo modesto lo haría por partida doble?
Pues vaya si lo hizo. La claridad de las oportunidades béticas no fue tanta
como la sensación constante de peligro, de zozobra… El Barcelona volvió a jugar
lento en ataque, desconectado, y sobre todo despistado en defensa.
La imagen de Puyol descontrolado intentando achicar espacios
en cualquier parte del campo nos remitía directamente a Cornellá. Mascherano
corregía sin demasiado acierto y de Busquets pocas noticias había. Todo el
mundo sabe que el centrocampista es mi debilidad, como lo es de Guardiola o Del
Bosque, simplemente en los dos últimos partidos no ha estado acertado y hay que
decirlo.
Tras el 2-1 de Rubén Castro llegó una decisión dudosa de
Guardiola: cómo hizo ante el Espanyol metió a Alves para fijar una defensa de
cuatro que hiciera más seguro al equipo… y cómo sucedió ante el Espanyol a su
decisión le siguió de manera casi inmediata el gol del rival en una jugada en
la que varios delanteros verdiblancos llegaron cómodamente al área de Valdés y
de tanto recular la defensa, Santacruz quedó solo en la frontal, con todo el
tiempo del mundo para colocar la pelota en el palo derecho, lejos del alcance
del guardameta.
La zozobra duró unos minutos más. Los que tardó el Barcelona
en encajar el golpe. A partir de ahí recuperó su esencia. Por supuesto, hubo
precipitaciones y errores, pero el balón estuvo donde tiene que estar: Busquets
se estableció en el medio campo rival, como en las mejores noches, y la pelota
se la dividieron entre Xavi e Iniesta, sublimes en la reacción blaugrana. Sin
ellos hubiera sido imposible: Messi volvió a parecer desconectado, Cesc,
tremendamente fallón y Alexis rinde mejor cuanto más se acerca al medio,
todavía con dificultades para tomar la decisión acertada.
A la épica se unió el colegiado, para variar. Un nuevo
despropósito y no por lo que beneficie o perjudique a un equipo o a otro sino
por lo aleatorio de su arbitraje. Llegó un momento en el que cualquier cosa era
posible: faltas clarísimas que quedaban sin señalizar, ligeros empujones que
sancionaba con contundencia, un penalti a Iniesta de libro que se comió minutos
después de comerse una tarjeta incluso provocada por el manchego… El disparate
llegó hasta el punto de señalar solo dos minutos de descuento pese a los cinco
cambios y varias interrupciones y a acabar el partido justo después de una más
que posible mano de Messi para cortar un balón que le hubiera costado la
segunda tarjeta al argentino.
Es lo mismo. Son muy malos, esto es así. Mejor vivir con ello.
Para el penalti a Iniesta, el partido ya había girado por
completo, más lo hizo tras la expulsión de Mario. A partir de ahí, con 20
minutos aún de partido por delante, la avalancha blaugrana se convirtió en un
alud incontrolable. Varias veces rondó el gol el Barcelona y solo los malos
controles o las malas decisiones lo evitaron. Cuando Alexis recibió solo un
pase perfecto de Xavi y se empeñó en controlar hacia afuera, escorándose en
lugar de encarar, dio la sensación de que otra oportunidad se iba al limbo: sin
embargo, su disparo raso llevó la suficiente fuerza como para doblar la mano de
Casto y entrar en la portería.
El 3-2 hacía méritos a los últimos 20 minutos del Barça y
estropeaba un excelente partido del Betis. A partir de ahí, el partido se movió
en una incertidumbre peligrosa: los jugadores del Barcelona no sabían si
remachar o asegurar y si no pasaron más apuros fue simplemente porque su rival
estaba agotado de tanto contraataque y con la moral hundida. El 4-2 estaba más
cerca del 3-3 y no extrañó que llegara en las postrimerías del encuentro, en
otra de esas jugadas rocambolescas en las que Abidal probablemente viniera de
fuera de juego para disputar un balón dividido que toca involuntariamente con
la mano y entrega a Messi. El disparo del argentino lo desvía con la parte
superior del brazo o la inferior del hombro un defensa bético y el árbitro
señala penalti.
Tal y como estaba la noche, podría haber pitado cualquier
cosa, vaya usted a saber. Messi anotó el 4-2. Dentro de una temporada muy
irregular –solo un gol a domicilio, un dato demoledor- “La Pulga” sigue con
unos registros impresionantes: 19 goles en liga y 33 en 30 partidos oficiales.
Imagínense cuando aparezca de verdad. El miércoles que viene en el Bernabéu, si
el Barça quiere seguir vivo en la Copa.