viernes, enero 20, 2012

David Remnick- La tumba de Lenin


Casi 20 años después de su publicación en Estados Unidos, que le valió a David Remnick el Premio Pulitzer, llega por fin a España la edición traducida de “La tumba de Lenin”, un libro imprescindible para entender los últimos años de la Unión Soviética y cómo se llegó hasta tamaño descalabro. Desde Lenin a Yeltsin, con especial hincapié, como es lógico, en Gorbachov, pasan por las páginas del libro todos los grandes popes del socialismo soviético: sus miserias y sus debilidades, sus ambiciones y su crueldad.

No sé hasta qué punto la distancia en el tiempo mejora o empeora el libro. En algunos casos, se busca una complicidad basada en la “actualidad” que, veinte años después, se escapa. En otros, el desarrollo histórico posterior de los personajes enriquece esa primera visión tardo-ochentera, especialmente en el caso de Boris Yeltsin, quien aparece retratado como un reformista impenitente, enfrentado con toda la nomenklatura, adorado por el pueblo ruso y gran rival de Gorbachov… justo antes del contragolpe de octubre de 1993, la toma y disolución del Parlamento Ruso y su largo historial posterior de borracheras y excentricidades.

Es una pena, porque la excentricidad rusa es casi el “leitmotiv” del libro. El principal activo de Remnick es humanizar a Lenin, Stalin, Jruschov… y los “inmovilistas” que tuvieron a Gorbachov y la perestroika contra las cuerdas durante el golpe de agosto de 1991. El autor, como buen periodista más que historiador, no tiene problemas en llamar a las cosas por su nombre y contarnos un relato más allá del Misterio y la Historia. Es algo muy americano: no necesito pontificar porque con una descripción ya queda todo bien claro.

Como decía, el análisis del Golpe del 91 es brutal. Desde la distancia se aprecia lo fútil de la intentona y lo patético de los personajes, pero entonces esa distancia no existía. Remnick es capaz de explicarnos hasta qué punto esos hombres eran poderosos y hasta qué punto su asonada fracasó porque eran una panda de inútiles borrachos. Así lo dice Remnick, “borrachos”, alcoholizados de madrugada, resacosos al amanecer, incapaces de tomar decisión alguna con todo un ejército a su disposición.

El segundo mayor ejército del mundo.

El libro es algo más que una biografía de Gorbachov aunque, obviamente, su presencia es constante. Hace bien en no juzgar. En 1993, juzgar a Gorbachov es tan complicado como hacerlo ahora en 2012. La muerte de Fraga nos ayuda a ver cómo un mismo personaje puede ser masacrado o vitoreado por una misma biografía. Gorbachov, efectivamente, fue un “apparatchik” y un miembro activo del Politburó, amigo personal y apadrinado de Yuri Andropov, el hombre fuerte de la KGB con Jruschov y fugaz secretario general del PCUS hasta su muerte en 1984.

En definitiva, no era un angelito.

Su llegada a la secretaría general supuso un importantísimo avance en las libertades dentro de la URSS, pero, critica Remnick, una vez iniciada la renovación, sus titubeos fueron excesivos, permitiendo matanzas, aislándose cada vez más de su propia opinión pública y rodeándose de la misma banda de inútiles alcoholizados y neo-estalinistas que después le mantuvieron 48 horas secuestrado en su dacha, incomunicado mientras ellos intentaban que el país retrocediera cinco años en el tiempo.

De fondo, la realidad. Los americanos tendrán muchas cosas malas, pero su pasión pragmática por los hechos no es una de ellas. En “La tumba de Lenin” aparecen los detalles que venden la historia, como diría Tarantino. Aparecen los nombres y los apellidos de la gente normal, la gente común, la gente del gulag y la represión y la gente de la clase media. Los moderados, los radicales, los totalitarios… El libro es Moscú y es la URSS, ese continente enorme e inabarcable y lo es más allá de su política, insertándose en su engranaje social.

Aparte de rescatar a los “clásicos” de la disidencia, como Sajarov o Solzhenitsyn, y desvelar de nuevo todas las atrocidades de Stalin –en ese sentido, recomiendo “Koba el temible”, de Martin Amis, aunque la crueldad de Stalin y la fascinación que causó en buena parte de la izquierda europea probablemente no haya sido aún debidamente analizada del todo-, Remnick retrata a los pequeños hombres que acaban haciendo la historia. Su admiración por Alexander Yakovlev, primer ministro durante los años de la glasnost o por el más conocido y controvertido George Shevernatdze, nos descubre nuevos rostros, nuevas perspectivas.

Desagrada, por poner alguna pega, la manera de abordar el tema religioso. Es posible que, frente al totalitarismo soviético, la religión fuera una escapatoria, pero Remnick trata a rabinos, curas ortodoxos y toda forma de Iglesia con una reverencia que choca. Su efervescencia en los años de caída del imperio no se debe a causas distintas a la aparición de tantos personajes decadentes televisivos, chamanes y adivinadores, mentalistas de cuarta, milagreros a lo Rasputín que coparon, como bien dice el libro, la URSS de los últimos 80 y primeros 90.

Pese a todo, estamos ante una lectura obligada. No solo por la información que sus más de 800 páginas vierte sino por la misma posibilidad de leer 800 páginas con el entusiasmo de una novela corta, esperando sin cesar la vuelta de hoja. El estilo de Remnick es fluido, fácil, tremendamente claro y uno sabe perfectamente dónde está en cada momento. No es necesario ser un experto en ninguna materia para entender el libro. La historia de la URSS es en buena parte la historia del siglo XX y su derrumbamiento es el punto de partida del siglo XXI.

Hay que poner una pega: la Editorial Debate nos ha regalado la posibilidad de leer a Remnick en español y les felicitamos por ello. Ahora bien, algunos fallos de edición son imperdonables en un libro de tal prestigio y calidad y que se vende a un precio cercano a los 30 euros. Las erratas son continuas, la acentuación deja que desear y a partir de determinado momento del libro incluso cuesta avanzar por los fallos continuos (palabras repetidas u omitidas, letras que sobran o faltan…). Si hemos tardado 18 años en hacer las cosas, qué menos que hacerlas lo mejor posible

Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo