El momento del partido, de la temporada, quién sabe si de un
ciclo está en el minuto 72 de partido: Benzemá acaba de empatar el partido en
un error garrafal de la defensa azulgrana, empeñada en rifar el balón, al borde
del ataque de nervios. Con 2-0 el público gritaba “Nosotros te queremos,
Mourinho quédate”. Con 2-2 el público solo sufre, Pep mete un central más,
Puyol despeja como puede, Cristiano tiene la victoria pero dispara al aire…
Son momentos históricos, de competición pura, lejos de la
retórica y la narrativa. Un gol, eso es todo lo que importa. Los dos equipos
luchan a brazo partido: el Barcelona, por no perder, cueste lo que cueste, sin
importarle la estética ni los valores. Fútbol, fútbol, fútbol, de eso se trata…
El Madrid “a lo Callejón”, irreverente, buscando el tercer gol por alto y por
bajo, descomponiendo al Barça con algo tan sencillo como balones bombeados tras
la defensa, una defensa metida atrás, continuamente descolocada.
El balón no pasa por Busquets, no pasa por Xavi. Iniesta
está lesionado desde la primera parte, una baja que Cesc no ha sabido cubrir.
Las imprecisiones se repiten. Nunca se vio al Barcelona tan impreciso, nunca se
le vio tan nervioso. Todos saben que en esos 20 minutos de partido hay mucho
más que una eliminatoria, un título… hay una ristra de cuentas pendientes, de
compromisos, de estilo: el Madrid, tocando, con un Özil deslumbrante, por fin
grande en los partidos grandes, justo lo que le faltaba a Mourinho en los demás
partidos, ese jugador que él solo desborde y asista.
El Barcelona lo tuvo. Dos veces. Lo tuvo con el 1-2 de la
ida, cuando todo el mundo le dio por clasificado y lo tuvo con el 2-0 al
descanso, probablemente inmerecido, acierto sobresaliente de Messi –bien cubierto
por Pepe, en un gran partido del portugués como central, su posición natural- y
de Alves. Pero ahora, ¿qué? Ahora el sufrimiento. “Encara petirem, oi, si
petirem…”. Es un partido grandioso porque los dos equipos han decidido ser
grandes. El Madrid con dos media puntas de calidad como Kaká y Özil y dos
rematadores que saben fajarse: Cristiano Ronaldo e Higuaín.
Cristiano, corriendo para defender las internadas de Alves.
Higuaín, desaparecido, muy mejorado por Benzemá. Enfrente, un Barça cojo sin
Iniesta, su enésima lesión. La presión, por fin. La competitividad. Son 20
minutos en los que ambos equipos le dan el balón al contrario con la única
intención de robárselo. Por momentos aquello parece rugby. De un lado a otro.
No hay mediocampo y por lo tanto no hay Barcelona. No importa. Xavi, de vez en
cuando, da pausa, pero nadie le acompaña. Alves regala el balón, el mismo balón
una y otra vez, un recital de pérdidas, Pedro corre sin cabeza, de nuevo héroe
gracias al primer gol, el que abrió el marcador al filo del descanso, tres
minutos antes del golazo de Alves en el descuento.
Qué curioso que los dos goleadores tuvieran actuaciones tan
discretas.
Xabi Alonso la cuelga, Piqué la rechaza, todos van como
locos al rechace, la segunda jugada: Granero, Callejón, Benzemá, Özil,
Cristiano, el propio Alonso… un vendaval contra las trincheras azulgranas, que
a su vez disputan el balón con Mascherano, con Piqué, Abidal, Busquets, Thiago…
Los centímetros como clave de todo. Un pase mal medido es un contraataque, un
pase bien medido deja al delantero solo.
Lass pega, Pepe pega, Sergio Ramos pega, Busquets pega,
Puyol pega, Coentrao agarra, Messi zancadillea, Piqué exagera… El árbitro no
sabe dónde meterse. Lleva así todo el partido y conforme se acerca el final, su
figura se empequeñece y al empequeñecerse se hace más decisiva en el partido.
Un despropósito tras otro: penaltis no pitados, tarjetas innecesarias y
tarjetas que van al limbo, fueras de juego inexistentes, avalanchas de
protestas, seis jugadores de cada equipo rodeándole y aquel hombre sin saber
dónde meterse.
Al final, lo paga Sergio Ramos. Podría haber sido expulsado
antes, es cierto, pero de ningún modo en esa jugada.
Diez contra once, cinco minutos para el final, el Madrid
parece darse por rendido, o el Barça lo rinde, más bien. Por un momento,
creyeron que aquello era una fiesta, pero no lo era: no puedes jugar 3-4-3 y
dar pases tan malos, es así de sencillo. Los defensas se pasan el balón y
Busquets se lo acaba entregando a Pinto. El Camp Nou contiene la respiración.
Un córner, otro córner, una falta lateral, otra falta lateral… Messi tiene el
3-2 pero no encuentra portería. Thiago se adorna como si estuviera jugando otro
partido.
Casillas se desespera, Mourinho se desespera, llega el
descuento, tres míseros minutos. El Barcelona los utiliza como si fuera el
Inter, es decir, a base de no devolver balones, retorcerse en el suelo y pedir
distancias al árbitro. ¿Saben lo que les digo? Que me parece bien. Que el
fútbol también es eso y dejémonos de beatificaciones. El fútbol es 2-2 a falta de
tres minutos, dos, uno… Saber que de un gol depende todo. Eso es el fútbol y no
sus retóricas. Hay que ganar como sea. Hay que ganar interrumpiendo el saque de
una falta. Hay que ganar avisando a los recogepelotas.
Ganar.
Los dos equipos quieren ganar porque no saben hacer otra
cosa y al final empatan. El partido ha sido impresionante. El Madrid revivió
todas las veces que hizo falta, dignificó su nombre. El Barça se humanizó, que
es precisamente lo que necesitaba entre tanta narrativa. Uno pasó y otro se
quedó fuera. El que se quedó fuera, seguro, muy cabreado. Pero muy orgulloso
también. El que pasó, aún con el susto en el cuerpo, pero consciente de que
mañana, pasado, el viernes… en los periódicos vendrá bien claro: supieron
sufrir, supieron pasar. Enhorabuena a todos.