La Chica Diploma y yo en la Sala Houdini. No es mi primera vez. Mi primera vez fue en 2008 y los recuerdos son vagos. Por ejemplo,en esta ocasión, la primera parte se me hace más amena aunque definitivamente Mad Martin podría hacer menos chistes y más espectáculo, no ya porque los chistes sean malos -algunos lo son- sino porque el espectáculo como prestidigitador es fantástico, incluyendo el recital habitual de chisteras, varitas, palomas y pañuelos.
En cualquier caso, lo bueno viene en la sala de abajo. Insisto, yo ya había estado viendo a Pablo Segóbriga, un hombre extraño, que entra con un punto pasado de vueltas, casi agrio, de hombre resignado... y poco a poco va acercándose al público, dejando a un lado las bromas y centrándose en la confianza. La última vez que estuve, había hipnotizado a tres personas y adivinado sus cartas. Bueno, eso puede pasar. Luego repartió la baraja entre diez u once del público, adivinó todas y cada una de sus cartas y se dedicó a dar consejos sobre su vida personal se supone que sin conocerlos de nada.
A ver, cuando estás ahí, cuando ves eso, obviamente imaginas que no todo el mundo puede estar conchabado. Sería absurdo. Si ha adivinado todas las cartas y algunas de las circunstancias personales, sin duda es que algo hay, pero, ¿el qué? ¿Cómo puede un intelectual cínico con aires cientificistas creer en chorradas así? ¡En pleno siglo XXI! Así que, bueno, te lo pasas bien, disfrutas, te rías, piensas: "¿Cómo demonios...?" y no le das más vueltas. Es un espectáculo.
Sobra decir que esta vez fue distinto: cuando Pablo lanzó la baraja cayó a los pies de la Chica Diploma, en la última fila. Estaba de los nervios, algo temblorosa, incluso. Se limitó a seguir instrucciones: cortar la baraja, poner debajo el corte y coger la primera carta. Luego, pasarla al de al lado -es decir, a mí- para que yo hiciera lo mismo: cortar, poner debajo el corte y coger la primera carta. Cuando la miro, el tres de copas, Pablo me dice si me gusta mi carta. Yo digo que sí, casi por amabilidad, y paso la baraja para que siga el ritual.
Bien, cuando todos tenemos nuestras cartas, empieza el "mentalismo". Yo ya no sé cómo llamarlo. Sigan leyendo, en serio...
Acierta cuatro o cinco naipes y da unos cuantos consejos vagos, en plan, "si aparece una oportunidad laboral, cógela; tienes un viaje en mente, adelante...". Cosas un poco de Silvia Raposo. Cuando llega a la Chica Diploma, permítanme que sea discreto, clava exactamente su situación laboral, el momento exacto de su situación laboral, y efectivamente acierta su carta. Ella se queda a cuadros y yo murmuro "qué hijoputa, qué hijoputa"... La ronda sigue, a mí me deja para el final. Yo sé por qué me deja para el final: la primera carta en salir fue el 2 de copas y quedaría raro que de repente saliera el 3. De alguna manera, lo está calculando. Yo quiero pensar que lo está calculando.
Cuando ya no queda nadie más, nueve de nueve cartas acertadas, llega a mí. Me pregunta si tengo un hermano mayor. Yo digo que de alguna manera sí, porque no es un hermano de sangre, él hace un gesto como de "eso a mí me da igual" y dice "bueno, el caso es que su mujer está embarazada". Sí, ese es el caso. "Tienes una carta muy bonita, les va a ir muy bien, díselo. Tú estás en un momento sentimental muy bueno, aprovéchalo, tienes una carta preciosa, ¿son copas, verdad?" Obviamente, la respuesta es sí. "Aprovecha tu momento sentimental, te viene una buena racha", insiste, y luego avisa "segundas partes nunca fueron buenas" y acaba con "¿Es el 3 de copas, no?", cosa que ustedes saben desde hace tres párrafos pero que él no debería tener manera humana de saber.
Ni mi tres de copas, ni mi relación de apenas un mes de duración ni mucho menos que la mujer -llamémosla así- de mi hermano mayor -llamémosle así- está embarazada de seis meses.
Sinceramente, me ralla. Desde fuera, siempre hay excusas, pero, ¿qué pasa cuando te lo hacen a ti?, ¿en qué te refugias?, ¿qué demonios quería decir con "segundas partes no son buenas"? Hay alguien ahí que sabe más de mí que yo mismo. Eso me inquieta, es lógico. El resto de la noche -micromagia, lo llaman, con un chico calvo cuyo nombre no recuerdo y me siento culpable por ello- lo paso en un estado de aturdimiento. Si uno se toma estas cosas en serio, se vuelve loco, que diría David Hume. Pero, ¿qué hacer, entonces? ¿Algún consejo?