Cuestión de competitividad: el año pasado el Madrid tiró la
liga ante Deportivo, Sporting, Zaragoza, Levante, Mallorca… a base de
desperdiciar las primeras partes e intentar arreones finales habitualmente
frenados por los porteros contrarios. El símil con el Barcelona de este año es
demasiado obvio: empatar contra Athletic o Valencia es admisible, dejarse
puntos contra Getafe, Villarreal, Real Sociedad… se entiende menos.
En una liga que va a más de 90 puntos como en cada una de
las últimas tres temporadas, estos pinchazos son irrecuperables, pero la
plantilla del Barcelona es la que es: no está diseñada para competir al máximo
cada tres días. Los problemas de fondo de armario vienen de lejos y
probablemente hayan sido una ventaja a la hora de manejar el grupo durante
años, pero cuando viene una plaga de lesiones de este tipo –Villa, Afellay,
Pedro, Fontàs, Iniesta- más la baja de Keita por la Copa de África –que se
conocía desde el inicio de la temporada- y la sorprendente venta de Maxwell, un
jugador más que correcto que podría dar descansos a Puyol o Abidal, el
Barcelona se queda tiritando y es lógico.
Insisto, no se le puede pedir a un equipo que juegue cuatro
años absolutamente perfectos: tras el sobre-esfuerzo del miércoles, el
Barcelona estuvo lento y fallón. Si no estaba cansado, lo pareció, desde luego.
Al Villarreal le bastó con un poco de orden para gripar la máquina azulgrana,
incapaz durante toda la primera parte de instalarse en campo rival, jugando por
primera vez en mucho tiempo con Mascherano y Busquets juntos en el medio campo.
El rendimiento del equipo fuera del Camp Nou es una incógnita: de 10 partidos
ha ganado 4. Frente a los 43 goles que ha marcado en su estadio, fuera ha
anotado 16.
¿Hay una explicación para eso? Obviamente, no. Llama la
atención pero yo al menos no sé dónde está el misterio. Supongo que una parte
tendrá que ver con el cansancio físico y mental de una plantilla muy reducida y
otra parte con la percepción extendida en varios equipos de que este Barcelona
puede ser más preciosista por momentos pero no es imbatible. La contundencia
arriba se ha limitado a Messi. Con Villa lesionado, solo Cesc acompaña
puntualmente al argentino en el acierto cara a puerta. Pedro entra y sale, sin
ritmo, incluso Jonathan Soriano, un buen refuerzo ocasional, ha sido
traspasado.
A principio de temporada, se traspasó a Bojan y a Oriol
Romeu. Ahora, no hay jugadores suficientes. Estas cosas pasan.
Aun así, el Barcelona pudo ganar, por supuesto. Real Madrid
y Barcelona es lo que tienen: sea como sea el partido en cuestión, siempre van
a tener opciones para ganarlo. En la segunda parte llamó a zafarrancho, se
desordenó por completo en busca de la heroica y Cesc tuvo el gol en dos
ocasiones clarísimas: una la mandó al travesaño y la otra, a puerta vacía, a la
grada. No está el de Arenys en su mejor momento pero, como él mismo se encarga
de recordar, es lógico en un jugador con llegada, pero no un goleador.
¿En qué queda la liga ahora? Los que siguen estas crónicas
saben que hace tiempo que la desconfianza está instalada. No en el método, no
en el entrenador, no en los jugadores, que hacen lo que pueden, sino en la
posibilidad de completar un cuarto año triunfal contra un Real Madrid soberbio
-70 goles en 20 partidos- y el desgaste mental y físico de jugar cada tres
días. Es una cuestión de hambre y el Barcelona está saciado. Entiéndase, no
tanto como para vomitar pero quizá sí como para no pedir postre.
El Madrid en cambio sigue rabioso, enfadado con el mundo, en
una eterna persecución de sí mismo. La única opción del Barça pasa por una
descompresión madridista: un ataque de confianza o de cansancio que dé con dos
partidos tontos estilo Levante y Racing en la primera vuelta y que meta a los
de Guardiola de nuevo a tiro. Luego habría que ganar en el Camp Nou. Como se
vio en Copa, no será fácil. Sería absurdo decir a falta de 18 partidos que la
liga está sentenciada. Dejémoslo en que lo parece.