viernes, enero 20, 2012

Gran Hermano


Cada año es una nostalgia del primer año. Cada choni es el recuerdo de la primera choni, la primera María José, la primera y dulce Silvia. Cada bakaladero es la melancolía de Israel, cada andaluz gracioso es Ismael Beiro revivido, cada alelado podría ser Íñigo, cada patito feo, Marina, cada calculador, Iván, cada niña consentida, Vanessa, cada líder carismático, Nacho, cada ex modelo de barrio, Ania...

Gran Hermano nos pilló con el pie cambiado. Mi novia trabajaba en la sección de televisión de un periódico nacional que ya no existe y la invitaron a la radio para hablar del programa. Vaticinó su fracaso. Yo había vaticinado el fracaso con ella varias veces antes y al final el único fracaso que hubo aquel año fue precisamente el nuestro. Aquello se vendía como un experimento sociológico, que no lo era, igual que ahora se vende como una trifulca barriobajera, que es exactamente lo que es.

Tengo que reconocer que me enganché como un idiota. Algunos detalles vergonzosos: pasé horas en Internet el primer día para enterarme de lo que JMM o Pericoloco colgaban en los foros, me hice instalar Quiero TV solo para poder verlo en directo, por la casa de mi abuela pululaba una cinta con los mejores momentos de aquella edición y sospecho que yo mismo la compré. Celebré las expulsiones de María José -"no lloréis, que me voy a casar con ella"- y Vanessa -"jo-de-te"- y protesté indignado cuando echaron a Israel y Silvia.

Nunca la televisión vio injusticia semejante.

Era el mío un vicio inconfesable pero no solitario. A veces, en las reuniones, en los doctorados, en los partidos de baloncesto, alguien sacaba inocentemente el tema y aquello se convertía en una tertulia que ríanse de Punto Pelota. Creía poder permitírmelo, al fin y al cabo pasaba las tardes en la Fundación Zubiri discutiendo sobre el estado constructo del lenguaje y la realidad... las mañanas eran un torrente de presocráticos vistos desde la hermenéutica.

Siempre tuve la sensación de que ganó el mal. Eran los tiempos de Ed TV y El Show de Truman. Cuando acabó todo aquello los concursantes no pasaron de plató en plató ni de discoteca en discoteca. Su penitencia fue más dura: estaban obligados por contrato a colocarse una webcam en su casa y estar disponibles las 24 horas para Quiero TV, esa cadena que empezó patrocinando las camisetas de los árbitros y acabó pidiendo la hora.

Por Nochevieja, les reunieron. La Nochevieja de 2000 a 2001. Fue una noche muy triste y una mañana insoportable. No voy a entrar en detalles. Por entonces yo ya me había enganchado a "El Bus", el remedo de Antena 3 con rubia explosiva y conciencia de espectáculo. Ahí sí que me quedé solo, lo reconozco. Yo necesitaba una vida que no fuera la mía, no voy a engañar a nadie. A mi novia le cerraron el periódico y a mí me cerraron la novia. Trabajaba para empresas fantasmas en países extranjeros. Me hice asiduo de las Urgencias de varios hospitales.

Cuando llegó la segunda parte, me pilló mayor. Uno envejece de la manera más estúpida, en círculos. De repente en 2001 es demasiado viejo para las cosas que abrazará en 2005. Sé que había un tipo con un albornoz y que ganó una chica que se enamoró del guapo. De las tertulias de Crónicas Marcianas pasaron a las de la Campos. Todo se hizo previsible y aburrido. Vulgar. El espectáculo es lo que tiene, su tendencia a la mediocridad. La mediocridad, al contrario, tenía el encanto absoluto de lo impredecible. La inocencia.