Junio de 1992. El equipo de Estados Unidos se reúne en Portland para disputar el pre-olímpico de clasificación para los Juegos de Barcelona. Es la mejor plantilla de la historia, un equipo de ensueño; “Dream Team”, dice la prensa estadounidense y con ella la de todo el mundo: Magic Johnson, Larry Bird, Michael Jordan, Patrick Ewing, John Stockton, Karl Malone, Chris Mullin, David Robinson, Charles Barkley, Clyde Drexler, el universitario Christian Laettner… y Scottie Pippen, con el número ocho, satisfecho en esa constelación de megaestrellas, el profesional más joven del grupo, apenas 26 años.
Pippen está en lo más alto de su carrera: viene de ganar la NBA por segundo año consecutivo, ha sido incluido en el mejor quinteto defensivo de la liga, su promedio por partido ha llegado a los 21 puntos por primera vez desde que coincide en cancha con Michael Jordan… y ha firmado una extensión multimillonaria de su contrato con los Chicago Bulls. Ya no tiene nada que demostrarle a nadie. Ni a su general manager, Jerry Krause, con el que mantendrá una relación de amor-odio durante toda su carrera en Chicago, ni a los “bad boys” de Detroit —¿dónde está ahora Thomas, dónde Dumars, dónde Rodman?— ni a la prensa que le tildó de “blando” tantas veces.
Como mucho le queda ajustar cuentas con Toni Kukoc, el hombre que puso en riesgo su contrato y su puesto en el equipo durante la convulsa temporada 1990/91 cuando Krause se empeñó en hacerle sitio por si daba el salto a la NBA. Kukoc y Pippen, Krause y Pippen, Jordan y Pippen. ¿Cómo entender más de una década de NBA sin ese hombre de nariz improbable, gesto de estatua de Pascua, brazos infinitos? El alero que podía ser base, el defensor que anotaba desde cualquier lado, el hombre de carácter que miraba con admiración a Larry Bird y a Magic Johnson, sin imaginar que un día tendría más anillos en sus manos que cualquiera de los dos.
El rookie inesperado
Scottie Pippen llegó a la NBA como número cinco del Draft de 1987, elegido por los Seattle Supersonics. Se trataba de un alero por encima de los dos metros con mentalidad de base, su puesto cuando entró en la universidad de Central Arkansas, antes de crecer sorprendentemente casi 20 centímetros en un par de años. Había demostrado sobradamente su capacidad para anotar y para defender y solo se cuestionaba su carácter, algo apocado, silencioso, sin madera de líder.
Los Sonics tenían ese puesto bien guardado con Dale Ellis y el espectacular Xavier McDaniel. Lo que necesitaban en Seattle era un pívot fajador que le diera un extra al equipo. Pese a las genialidades de los Jerry West, Oscar Robertson, Bob Cousy, incluso los propios Magic Johnson o Larry Bird, la constante en la NBA era entonces y lo sigue siendo construir el equipo de dentro afuera, es decir, con un pívot como referencia. No en vano apenas tres años antes, en 1984, Sam Bowie fue elegido como número dos del draft por delante de Michael Jordan.
Así pues, los Sonics tuvieron claro desde el principio que Pippen sería una gran incorporación… para forzar un buen traspaso. Punto.
Un poco más tarde le tocaría el turno a los Chicago Bulls. Para entonces, ya era “el equipo de Michael Jordan”, para lo bueno y para lo malo...
Consulta el artículo entero de manera gratuita en la revista JotDown.