Hay algo excesivo en Rafa Nadal. Excesivo en la victoria, en la derrota y en todos los puntos intermedios. Algo que no sale del "Vamos, Rafa" y la clásica apelación a los "cojones", tan española. Entrega, sufrimiento, pasión, rostro descompuesto en cámara superlenta... Por supuesto, tiene que haber algo más. No sé yo hasta qué punto entre tanta mistificación del héroe nos olvidamos del deportista. Un deportista que, claro está, se entrega, sufre y descompone su rostro después de seis horas de juego, pero que algo más hará.
Los que me leen, saben que Rafa Nadal no es mi tenista favorito. Probablemente, yo sea tan injusto diciendo esto como lo son los que le defienden a grito y fuego, pero que me guste o no me guste a mí es irrelevante. Lo que cuentan son los números: 10 Grand Slams ganados, 4 Copas Davis, más Masters 1000 que ningún tenista... en la historia. Puede que esos números tengan mucho que ver con su dominio absoluto sobre tierra batida pero es que ese dominio no le tocó en una tómbola. Hablamos de un hombre que ha ganado 7 veces seguidas el Torneo de Montecarlo -con todo, para mí, su mayor hazaña- y 6 veces Roland Garros. Las cuentas en Roma, Madrid, Hamburgo o Godó no me las sé de memoria pero son igual de impresionantes.
Que Nadal ha sido el mejor tenista sobre tierra de todos los tiempos está fuera de discusión. No hay un igual: Borg aparecía en eventos sueltos y Vilas dominaba en las segundas filas. Muster fue un animal competitivo, Kuerten, un hombre que supo mezclar resistencia y talento... pero ninguno es como Rafa. Ni de cerca, lo siento.
Hay una tendencia a pensar en Rafa como un atleta más que como un tenista. Yo siempre he fracasado como tenista y como atleta así que me cuesta diferenciar ambas cosas y entrar en detalle. Que tiene un físico privilegiado está fuera de toda duda, pero a ver si ahora eso, en deporte, va a ser algo por lo que pedir perdón. Que su juego en ocasiones es demasiado defensivo, puede ser, lo está corrigiendo. Que probablemente no tenga el talento ofensivo de Federer, Djokovic o Murray para mí también está claro, pero, insisto, yo no cuento en todo esto. Lo que cuentan son los números: con todos mantiene registros positivos en los cara a cara.
Sí, incluso con Djokovic, pese a todo.
Lo impresionante de Rafa está fuera de la tierra batida, y fuera de la tierra batida el físico cuenta, claro, pero solo con físico, créanme, uno no juega cinco finales de Wimbledon ganando dos, ni otras cuatro combinando Australia y el US Open, también con dos victorias. No gana los Juegos Olímpicos, no juega la final del Masters y ese largo etcétera que ya conocen, con apenas 25 años.
Nadal y "la garra". Por supuesto, hay mucho de eso. Muchísimo. Pero tendremos que quedarnos en un punto medio si queremos un análisis serio. Algo entre el "Vamos, Rafa, por cojones" y el "es que solo pasa bolas y Djokovic le gana siempre". Algo que tenga que ver con la realidad: de entrada, es el mayor competidor que he visto nunca en mi vida. Juega lesionado, juega cansado, juega con menos recursos... pero gana, no ya corriendo mucho, sino ganando los puntos clave. Venimos de la final de Australia, de ese 4-2 en el quinto set y saque de Nadal con 30-15. Fíjense en estos datos: Djokovic había ganado 15 puntos más en el partido, había tenido 20 pelotas de break... Nadal, cinco. Pero había ganado cuatro.
Su superioridad con respecto a Federer y lo que le mantiene a la altura del mejor Djokovic de su carrera es simplemente la cabeza. Prueba a ganarle a Nadal un tie-break definitivo. Prueba a romperle el servicio cuando más calienta. Solo un inmenso Nole pudo hacerlo y eso después de estar contra las cuerdas. Nadal gana menos puntos, sí, pero gana los que cuentan, y eso no tiene más explicación que la mente.
¿Cuál es su lugar en la historia del tenis? Es difícil saberlo a punto de cumplir los 26, aunque determinadas declaraciones inviten a pensar en una carrera próxima al fin, quizás en tres o cuatro temporadas, nadie lo sabe. Probablemente, fuera de España, no se le recuerde como un estilista y no tenga millones de fans. Será una piedra angular del triángulo que forma con Federer y Djokovic. El chico que empezaba cada torneo fuera de la lista de favoritos y acababa ganándolo o jugando la final. Un fenómeno inexplicable. Ni Federer ni Djokovic se entienden sin Nadal, sin sus decenas de derrotas ante Nadal. La tierra batida tiene en el español un antes y un después, eso no se lo quitará nadie.
¿Cuál es su lugar en la historia del deporte español? Es el más grande. Es complicado afirmar esto sin faltarle al respeto a Induráin: ganar cinco Tours, dos Giros, una medalla de oro olímpica y un Mundial contrarreloj es una barbaridad y algo más; para muchos de nosotros, Induráin es nuestra adolescencia y la adolescencia lo exagera todo. Sin embargo, lo que ha hecho Nadal es sencillamente inigualable. Nadie había ganado en Australia antes de él, nadie había sido número uno del mundo más allá de las 15 semanas, nadie había jugado cuatro finales de Wimbledon ni dos consecutivas del US Open. Nadie participó en cuatro Copas Davis victoriosas.
No sé... El palmarés es tan exuberante que no admite comparación. Olvidémonos del coraje y la furia y valoremos a Nadal en su justa medida: la de un deportista inigualable. Parece que llegar a una final de Australia batiendo a Federer y aguantándole seis horas a Djokovic es algo ya normal, hasta el punto de que ese día el Marca abría con la tripa de Benzema o algo parecido. No lo es. En absoluto. Entre la hagiografía patriotera y la crítica ácida tiene que haber ese punto medio de análisis. Alguien lo hará algún día, esto no pretende ser sino un ensayo.