lunes, enero 23, 2012

Instrucciones de uso


En su libro "Madame Bovary: Una orgía perpetua", Vargas Llosa escribe sobre Flaubert:

"Flaubert dijo muchas veces que había en él dos personas. No sólo hablaba de las dos tendencias literarias de su vocación -la lírica y la romántica, ávida de historia y exotismo, y la realista y contemporánea-, sino de las personas distintas que eran en él el hombre que vivía y el que creaba. Así respondió a Louise Colet una vez que ella le reprochó haber escrito a Eulalie Foucaud: Me dices que amé verdaderamente a esa mujer. No es cierto. Solo, cuando le escribía, con la facultad que tengo de emocionarme con la pluma, me tomaba en serio el asunto. Muchas de las cosas que me dejan frío cuando las veo o cuando otros hablan de ellas, me entusiasman, me irritan, me iluminan si soy yo el que habla de ellas y sobre todo si las escribo.

Seis años más tarde, le repite la misma idea: Sí, es algo extraño que el escritor esté de un lado y el individuo del otro.

Mucho hay de cierto en esto. A mí me pasa a menudo. Por eso no conviene tomarme en serio cuando escribo, ni preocuparse ni alegrarse. Cuando escribo, literaturizo, con todo lo que eso quiere decir: la realidad real y la realidad ficticia, diferencia Vargas Llosa en su ensayo, cosa que haría después en "La verdad de las mentiras", una biblia para cualquier aspirante a crítico o escritor. Efectivamente, cuando escribo, escribo en serio. Me lo tomo a pecho, dibujo el personaje y su entorno y los hago lo más interesantes posible como lector.

Intentar averiguar cuánto hay eso de "verdad", es decir, hasta qué punto el tema que elijo para literaturizar es consecuencia de lo que me preocupa en la cabeza, lo que configura "mi vida" es tema de psicoanálisis. A mí me encanta el psicoanálisis. Henry Miller se quejaba de que no podía dejar de observar la realidad y que de esa manera ni la disfrutaba ni creaba una alternativa. Escribir no es describir. Escribir es contar algo distinto de lo que pasa porque lo que pasa tiene el desperfecto de lo real. La escritura tiene el encanto de lo posible.

Cuando Guille Ortiz habla de sí mismo no cuenta mentiras, desde luego. Digamos que exagera las verdades y al exagerarlas se convierten en algo distinto. Yo podría presumir de contar aquí lo que de verdad pienso, lo que de verdad siento, pero eso es imposible: yo no sé lo que de verdad pienso, lo que de verdad siento pero sí sé lo que de alguna manera recuerdo. Mis escritos son sueños de melancolía infinita. Mundos posibles. No siempre deseables. Confundir el deseo con la realidad es el problema de los personajes novelescos, así Bovary, así Quijano. El escritor lo sabe, por eso juega con ello. Juega a empaparse de las posibilidades.

En resumen, el escritor es un ludópata. Nunca se fíen de un ludópata, háganme caso. Como mucho mírenle a los ojos y comprueben si Bruce Springsteen miente o no.