sábado, enero 14, 2012

Escupiendo hacia arriba


Yo siempre quise ser polémico. Desde pequeño. De hecho, es de esas cosas que, como la líbido o los abdominales, se han ido perdiendo con los años. Cuando Beigbeder habla de perder la memoria, de perder sus cuadernos, yo imagino aquella redacción que escribí al volver del viaje fin de curso de 8º EGB. Mi recuerdo, puede que exagerado, es el de una profesora de literatura aguantando el tipo y mordiéndose la lengua mientras yo tiraba de ironía para referirme a sus propios coqueteos con el alcohol.

La ironía de un críajo de 13 años, valiente cabronazo, y la pobre señora, ahí, tragando.

A los chavales les encantó. Es lógico: a los chavales les encanta cualquier cosa y más si es humillante. Años después, escribí algo parecido en un curso de relato breve de la Escuela de Letras. Venía a insinuar que casi todos nuestros maestros eran unos pedantes engreídos con complejo de Nina en "Operación Triunfo". El mundillo literario, madre mía, vaya patio. Fue una re-edición de mi preadolescencia, supongo, y esta vez me guardé una copia. Los compañeros se rieron a carcajadas, el profesor, muy serio, se limitó a entornar los ojos y decir: "Creo que puedes hacer algo mucho mejor que eso".

Por supuesto, todo el mundo cree que puedo hacer algo mucho mejor que lo que hago. Mi principal encanto es precisamente causar esa expectativa. Con el tiempo uno se da cuenta de que no es verdad, que puedo hacer -como mucho- exactamente lo que hago, pero sí, reconozco que en determinado momento todos pudimos imaginar que la cosa iba a ir a más. Con 13 años, por ejemplo, analizando cogorzas de profesores de gimnasia con las manos largas, chicas gaditanas con dientes rotos y discotecas con bandas sonoras de "Ghost".

Es más que probable que al salir de ese colegio -al salir mi pedantería y yo de ese colegio- todos refunfuñaran pero pensaran que aquel chico llegaría a algún lado. Algo más lejos que un centro cultural, quiero decir. Simplemente, no fue posible, o por utilizar el tópico por excelencia, "no pudo ser".

En la distancia cualquier cosa puede parecer ridículamente pequeña. Cualquier cosa puede parecer ridícula. Si a mi hijo ruso o romano, aún no lo he decidido, tuviera que aconsejarle algo, sería algo tan sencillo como "No hagas ni puto caso de lo que los demás esperan de ti y si tienes que escupir, siempre, escupe hacia arriba, porque escupir hacia abajo es de cobardes".

Salpicarse puede ser malo pero al menos es algo. Y algo es mucho mejor que la tristeza, ya saben.

También le diría que guardara todas sus redacciones. Todas. Para perder cosas siempre hay tiempo.