Para mí, Pirulo era una especie de fantasma. Algo así: un trasgo, un duende, alguien que habitaba en aquel parque y que podía conseguir cosas prodigiosas y a la vez daba el miedo de lo desconocido. Pirulo y sus cromos. Seamos sinceros: a determinada edad los cromos lo son todo. Yo hice la colección hasta de los Pequeñecos. Sile, nole. Terminología madrileña.
El Retiro era aquel lago enorme, algún paseo esporádico en barca y los guiñoles de la vereda. En ocasiones, era Faemino y Cansado.
Yo iba más al Parque de Berlín, cuando ni siquiera tenían aquellos trozos de piedra metidos en la fuente.
Así que Pirulo como referencia casi legendaria. Incomprobable. ¿Dónde cambiaba cromos Pirulo en el Retiro? Nunca lo supe. Nunca cambié ni uno solo con él. Ni para el Mundial de México 86 ni para el de Italia 90. Ni para la colección de marcas, la de los Gremlins o cualquiera de las muchas ligas de fútbol de los ochenta.
Y ahora va y se muere, como siempre hacen los demás. En una residencia de ancianos. Y yo lo siento de una manera muy lejana, como cuando tiran una tienda del barrio, de esas que venden pan, leche y flashes helados, y ponen en su lugar un banco. O una inmobiliaria. Algo así. No sé explicarlo.
Pélicot, fin
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«Je le dis droit dans les yeux, je ne l’ai jamais touchée» declaró
Dominique Pélicot, provocando la cólera de su hija Caroline Darian, que le
contestó: «...
Hace 10 horas