Lo que uno teme cuando entra a ver "Noviembre" -cuando se entera del argumento de "Noviembre", de hecho- es que la obra no sea más que una parodia sobre el mandato de George Bush. Estoy harto de George Bush y aunque sé que a Obama le van a dar palos también, entiendo que cierta corrección política impedirá que le tengamos hasta en la sopa en cada película y obra teatral que se escriba.
El presidente de los Estados Unidos está desahuciado en las encuestas, es un ignorante, su partido ha dejado de confiar en él y no deja de ser un pelele en manos de quiénes le rodean. Eso son tópicos, por supuesto, pero Mamet los maneja con inteligencia y diversión, hasta el punto de que uno acaba sintiendo cierta simpatía por el personaje -al fin y al cabo, el "Sueño Americano" es eso: cualquiera puede ser presidente y cuando dicen cualquiera se ha demostrado que es "cualquiera"-.
Alrededor de él y su despacho oval se desteje una maraña de influencias, corrupciones, traiciones, lobbies absurdos -la maravillosa Asociación del Pavo- que él va sorteando con la arrogancia del que no tiene nada que perder porque ya sabe que está perdido de antemano -"has roto el suelo", dice su asesor cuando hablan de las encuestas-. Sólo queda una semana para la elección presidencial y un poco más para el Día de Acción de Gracias.
Surge ahí la figura de la asesora. Honestamente, me gusta más el personaje real de la asesora que el personaje que pinta la promoción de la película. La asesora no es más inteligente que el presidente y desde luego no lo maneja. No más que los demás. En ocasiones, incluso, el pelele es ella. No es más que una "fontanera", capaz de convencer a cualquiera con sus discursos de las memeces que su jefe le obliga a escribir. Aparte de eso, es lesbiana y revolucionaria. Mamet utiliza toda su retranca para dibujar a este personaje: es bienintencionado, desde luego, pero está en las nubes. Lo quiere todo y lo quiere ya y en realidad no sabe lo que quiere. No es una fría estratega.
Se supone que hay un discurso importantísimo que hará cambiar el curso de la campaña y que sólo puede escribir ella. Bien, seamos sinceros, eso no se entiende. Es un acto de fe y yo de fe ando justo. Aparte de los problemas "culturales" que plantea la obra al espectador español medio -el que no sabe exactamente qué es el Día de Acción de Gracias-, lo cierto es que el segundo acto de la obra es más bien confuso en general. Demasiado disparatado. Divertido, de acuerdo, pero con un punto exagerado que roza un esperpento algo burdo y previsible.
De repente, todo el mundo enloquece, y que todo el mundo enloquezca durante cinco minutos es divertido, que lo haga durante media hora acaba resultando pesado. El final es dudoso, sólo diré eso.
Con todo, es lo que decíamos: al menos la obra no es otro panfleto anti-Bush, ni siquiera un panfleto anti-americano. A veces uno querría pensar que el uso de tópicos para llegar a la farsa en realidad es una manera de criticar todas las películas, todas las obras de teatro "serias" que se hacen utilizando esos tópicos. Una vuelta de tuerca más. Santiago Ramos está excelente -no se esperaba menos- en su papel protagonista y el resto del elenco no decepciona. A veces se pasa de socarrón y prepotente y tiene ese punto entrañable de Paco Martínez Soria, así, con la voz medio ronca, la frase irónica y la sonrisa del paleto que en realidad es el único honesto allí en medio.
Sí, esto es una maldad, pero no creo que fuera el único que se dio cuenta. En cualquier caso, la obra es divertida, inteligente y merece la pena verse. No sucede muy a menudo.